LA HISTORIA QUE NO PODEMOS OLVIDAR
El 6 de diciembre de 1928 es una de las fechas que han marcado un hito en la historia nacional de Colombia y el departamento del Magdalena, fecha en la cual ocurre La Masacre de las Bananeras en Ciénaga, donde más de 1500 obreros fueron asesinados por la fuerza pública de la época, desde entonces este suceso ha sido uno de los referentes del movimiento sindical obrero a nivel latinoamericano y del país. La Masacre de las Bananeras no sólo hace parte de unos sucesos meramente dirigidos a la clase obrera, el contexto en que se mueve esta lógica se remonta a los nacimientos de la economía enclave del país, la llegada de compañías transnacionales explotadoras, como la United Fruit Company, compañía a la que mediante de terceros pertenecían los obreros asesinados. Este momento de la historia de Colombia viene acompañado de unas dinámicas ideológicas, políticas y económicas que actúan y son el resultado del inicio de la violencia en la Zona Bananera y el departamento del Magdalena.
El conflicto de las bananeras fue un problema
social, por décadas ignorado por el
estado, y el cual fue utilizado por el Partido Socialista Revolucionario PSR
como una de las puntas de lanza para la supuesta toma del poder que ese partido
político había planeado y trataban de organizar desde su convención de La Dorada en 1927. Por la
infiltración del PSR, el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez lo
enfrentó como un problema de orden público.
El conflicto por tierras comenzó desde
principios del siglo XX y va ligado al desarrollo de las vías de comunicación
del cual se logra una valorización de las mismas. Esta valorización estimula la
codicia en individuos y grupos sobre esas tierras, por lo general desatendidas.
Entonces se presenta la figura del “hacha
contra el papel sellado”1,
o el trabajo del colonizador contra la presentación de títulos, establecidos con frecuencia en base a componendas o
artimañas legales. En virtud a estos títulos viene la expulsión sin compensación
del colono quien ha mejorado la tierra y dedicado a ella largos años de
trabajo, todo cohonestado por la ley y el Estado. La región bananera de Santa
Marta es un claro ejemplo.
El Problema Social
Las
inversiones de la United
Fruit Company UFCO, a partir de 1900, en el desarrollo de la
producción bananera para la exportación originaron el surgimiento de profundas
transformaciones en la tenencia de la tierra y en los patrones sociales. Las
propiedades coloniales semiabandonadas, estaban diseminadas por terrenos
públicos o baldíos y estaban ocupadas por pequeñas aldeas de colonos. Antes de la UFCO la demanda de tierras
era mínima y los linderos entre las propiedades privadas y las tierras públicas
o baldíos eran indefinidas. La zona pronto fue invadida por trabajadores de
otras regiones en busca de trabajo y mejores condiciones económicas, algunos
eran contratados en el ferrocarril, otros se convertían en colonos en los
apartados terrenos públicos y algunos en jornaleros.
A
medida que el ferrocarril, construido por la Compañía (UFCO) penetraba
hacia el interior, se crearon más de cuatrocientas plantaciones bananeras.
Entre 1920 y 1929 la economía bananera experimentó una fase particularmente
intensa de expansión ya que las exportaciones se vieron redobladas. Hacia 1929
se embarcaba más de diez millones de racimos de banano desde el puerto de Santa
Marta, convirtiendo a Colombia en el tercer gran exportador de banano en
América Latina.
La tensión más sobresaliente que se presentó
entre la UFCO y
el campesinado giró en torno al control de la tierra. La expansión de la
economía bananera entre 1908 y 1929 precipitó la privatización masiva de las
tierras públicas y la consiguiente expropiación de cientos y tal vez miles de
colonos. La presencia de la
United Fruit Company estimuló una rápida alza en los valores
de la propiedad y un movimiento inusitado en el mercado de la tierra. Las
elites locales rebuscaban viejos títulos entre las genealogías familiares
mientras otros, de inclinaciones empresariales, buscaban concesiones
territoriales de manos del gobierno. La United Fruit Company consolidó gradualmente un
total de 60.000
hectáreas de propiedades privadas en la región de Santa
Marta. En gran parte por medio de la adquisición de los títulos, cuyos linderos
eran muy vagos. De las 60 mil hectáreas solo cultivaba 16 mil y algunas pocas
con sembrados de pan coger. La mayor parte de las tierras de la Compañía permanecían
virgen.
En razón a la confusión en torno los derechos
de propiedad, aquellos colonos que permanecían en la tierra estaban expuestos a
ser expulsados en cualquier momento a pesar de que Colombia contaba con una
legislación sobre heredades que protegía a quienes se establecieran en terrenos
del estado. Las leyes 61 de 1874 y 48 de 1882 eran favorables a la colonización
de terrenos baldios, y establecían derechos sobre la propiedad a favor del
colono. Estas eran las leyes que los colonos invocaban con el fin de impedir la
pérdida de sus tierras.
La
construcción de canales de irrigación para abastecer de agua a las plantaciones
bananeras, por ejemplo, suscribió la agricultura campesina y la United Fruit Company
era quien administraba el agua. Muchos sostenían que la inundación causada por
el desvío de los ríos era a propósito con el fin de desalojar colonos de sus
terrenos.
En suma, el ingreso de la United Fruit Company
en la región de Santa Marta estimuló el surgimiento de un sector de campesinado
empresarial, el cual cayó, casi inmediatamente, bajo la presión de la economía
bananera en expansión. Cientos de campesinos fueron convertidos en asalariados
por medio de la pérdida de sus tierras; aquellos que lograron sobrevivir como
campesinos, encontraron restricciones para el acceso a las aguas y para sus
operaciones de mercado, lo mismo que para sus reclamaciones sobre la posesión
de tierras.
El Partido Socialista Revolucionario
Los más notables organizadores del nuevo
partido político de izquierda, fueron Ignacio Torres Giraldo, Francisco de
Heredia, Tomás Uribe Vargas, Guillermo Hernández Rodríguez y María Cano,
quienes tuvieron que enfrentar la oposición de sectores más radicales que
defendían la formación de un partido comunista.
Uno de los fundadores del Partido Socialista
Revolucionario, Ignacio Torres Giraldo, hará de agente viajero entre Moscú y
Bogotá entre 1920 y finales de los años 1930. En cuanto a Tomás Uribe Márquez,
él viajaba entre Colombia, México y Centroamérica.
Asistirá también a la reunión latinoamericana
de la
Internacional Sindical Roja, realizada en Montevideo en 1929.
Participó, como delegado por las directivas obreras del Valle, en el segundo
congreso obrero, en los meses de julio y agosto en Bogotá, y fue nombrado
presidente del mismo. En este evento se creó la Confederación Obrera
Nacional (CON) y se hizo adhesión a la Internacional Sindical
Roja, con sede en Moscú; Torres fue aclamado como secretario general de la
recién creada corporación. “Por lo general, los dirigentes sindicales de la CON también lo fueron del PSR,
no existió una división tajante entre partido y Confederación Obrera y así, el
auge del movimiento sindical de los veinte y el crecimiento del
socialismo-revolucionario corrieron entrelazados.”
Raúl Eduardo Mahecha, Floro Piedrahita, Julio
Buriticá y Ricardo Elías López posan con la bandera de los tres ochos: 8 horas
de trabajo, 8 horas de estudio y 8 horas de descanso
Por su parte Raúl Eduardo Mahecha, héroe del
sindicalismo colombiano, era el agente activista del Komintern5 soviético en
Colombia, obviamente se había unido al Partido Socialista Revolucionario.
Entonces el sindicalismo y el PSR se dedicaron
a crear las condiciones para un alzamiento, una insurrección con el fin de
derrocar el gobierno y acabar la Hegemonía Conservadora.
Como resultado de de la nueva estrategia la Asamblea del PSR en La Dorada , con sus miembros
encarcelados por órdenes del Ministro de Guerra Ignacio Rengifo, tomó la
decisión de conformar una dirección dual: para los asuntos políticos creo el
Comité Central Ejecutivo (CCE) y (el CCC,) para lo correspondiente a la
organización insurreccional, el Comité Central Celular (o Comité Conspirativo
Central). No fue una decisión alegre y rápida pero si unánime, de la que se
desprendieron problemas a corto y largo plazo. Ya lo han anotado los
historiadores: En la dirección del CCC quedaron los nueve hombres de mayor
autoridad política, en especial Uribe Márquez con un secretariado de tres
miembros. El CCE, en cambio, quedó en manos de hombres de poca autoridad.6
El CCC era el organismo encargado de planear
el derrocamiento del gobierno mediante sublevaciones populares coordinadas. Los
liberales vinculados a la facción militarista del partido, siendo el General
Leandro Cuberos Niño el principal entre ellos, participaban también en el
trabajo de CCC. A pesar de que era inminente un enfrentamiento entre la
izquierda y la derecha, muchos liberales y conservadores desdeñaron a los
revolucionarios como visionarios inocuos y se burlaban de los temores de los
conservadores como el Ministro Rengifo.
El Gobierno
Durante
el gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930) el orden público se vio gravemente
afectado. Gracias a los esfuerzos de la PSR. Se registraba en todas partes el nacimiento
de “los comités obreros” y de “ligas
campesinas” con una sola perspectiva: la
insurrección. Para el gobierno, la situación era delicada pues el Estado no
había conocido, hasta ese momento, desafíos de tal carácter y de tal amplitud y
carecía de medios jurídicos para manejarlos. Invitó al congreso votar las
medidas preventivas, y encargó a su Ministro de Guerra, General Ignacio Rengifo
de presentar y defenderla.
El
miembro más controvertido del gabinete de Abadía fue el Ministro de Guerra, el
General Ignacio Rengifo.
Había sido gobernador del Valle, magistrado, congresista,
diputado y concejal, además comenzó la construcción del muelle en Buenaventura.
Rengifo creía firmemente en las prerrogativas de los militares y en su deber
constitucional de mantener el principio de autoridad ante cualquier fuerza
social que pudiera disputarlo. Hombre de temperamento autoritario, preparado
para atacar a cualquier izquierdista que amenazara la paz social, Rengifo, un
hombre de acción, era el complemento ideal de Abadía, un erudito político de
partido. Una vez en el Ministerio se ocupó en varios frentes, esforzándose por
combatir las fuerzas del desorden, fuesen estas los
trabajadores en huelga o revolucionarios confesos como Tomás Uribe Márquez,
María Cano, Raúl Eduardo Mahecha e Ignacio Torres Giraldo.
Muy
motivado el PSR se lanza a la organización de huelgas violentas. En enero
nuevamente contra la
Tropical Oil Company en Barrancabermeja y la cual estuvo a
punta de cortar las comunicaciones y el comercio entre Bogotá y Barranquilla.
Otras maniobras y sabotajes son realizados de manera concertada y simultanea,
como los incendios de los depósitos de petróleo de la Tropical Oil Company en
Girardot. Para el Ministro de Guerra
Ignacio Rengifo, es claro que los promotores del desorden (lossocialistas) “sostenidos bajo cuerda por los restos de la
misión supuestamente científica soviética” en alusión a la
Misión Científica Rusa dirigida por el profesor Georges
Voronoff a quienes acusa de buscar nuevas ocasiones para generar nuevas
agitaciones. La última de las exitosas
giras de María Cano había sido a Calamar, Cartagena y Barranquilla. Pero los
mejores resultados se vieron en su correría por Santa Marta, Ciénaga, Sevilla y
Aracataca, ahí fijo su centro de operaciones para seguir a El Retén, Fundación
y Tucurinca. Los organizadores de esta segunda etapa fueron los dirigentes
socialistas de la Zona ,
los mismos que posteriormente dirigirían la huelga. En abril de 1928, los
desordenes callejeros, donde la actividad del PSR es ampliamente visible, lleva
el gobierno adopte medidas de excepción.
María Tila Uribe: “La
agitación alcanzaba niveles nunca vistos y trataba sobre todo
de infiltrarse en los cuarteles. La ciudad estaba literalmente cubierta de
carteles socialistas pegados sobre los muros y sobre las puertas de las casas
según las instrucciones impartidas”.
Las acciones del gobierno contra personas como
Raúl Eduardo Mahecha o Torres Giraldo eran” aletargadas e incruentas”. Había ciertamente un acoso constante a las personas
relacionadas con el movimiento, encarcelaciones preventivas y otras violaciones
semejantes de las garantías constitucionales. La Ley 69 de 1928
Para comienzos de 1928, los miembros del CCC
fabricaron bombas para utilizarlas en el derrocamiento del odiado régimen
conservador. Al mismo tiempo, dirigentes conservadores como Antonio José Uribe
e Ignacio Rengifo pedía una nueva legislación que les permitiera actuar
libremente en contra de los disidentes, sin tomar en cuenta las protecciones a
los derechos civiles consagrados en la constitución.
La
misma María Tila Uribe, hija del Tomás Uribe Márquez fundador del PSR, admite: “todo se hacía bajo estricta reserva, era imprescindible para sortear la
vigilancia de (Ministro) Rengifo y evitar la cárcel, pero también porque el PSR
ese año (1928) se convirtió en un partido insurreccional”. Las más grandes decisiones se tomaron en
julio (1928) en la
Asamblea Nacional del Socialismo Revolucionario. La Asamblea creo las bases
organizativas de la insurrección, el
tiempo para llevarla a cabo correspondería a los últimos meses de la Hegemonía , la fecha se
fijaría en su momento.
La otra cara de la estrategia del PSR seguía
siendo la abierta. En Frente Único con los grupos liberales de izquierda,
adoptaron una serie de tareas para la labor política de masas, nuevas unas o
como continuidad del trabajo anterior, otras. La Convención aprobó el
viaje de algunas personas a Moscú; designó siete miembros para el ejecutivo y
reeligió a Tomás (Uribe Márquez) como Secretario General de PSR, con una nueva
y nada pequeña responsabilidad: crear la comisión permanente o núcleo central
que organizara la defensa del PSR y diera el paso a la clandestinidad.
A
pesar de que, en 1919, el Presidente Marco Fidel Suárez había reconocido el
derecho a la huelga, el debate sobre el plan de gobierno para la aprobación de
lo que se llamó Ley Heroica llenó los
diarios colombianos desde febrero hasta octubre de 1928 cuando finalmente fue aprobada en el Congreso.
El gobierno del Presidente Abadía sancionó el
30 de octubre de 1928 la ley 69, la cual propugnaba regular la actividad obrera
y en particular la sindical. Esta ley vedaba que los sindicatos atacaran el
derecho de propiedad privada o desconocieran su legitimidad, les prohibía
fomentar la lucha de clases y les desconocía el derecho de promover huelgas. La
divulgación de escritos, carteles y publicaciones que respaldaron los actos
declarados ilícitos por la ley 69, sería sancionada con severidad.15 Ignacio Rengifo había liderado este esfuerzo,
argumentando acaloradamente que tal legislación era indispensable para detener
una revuelta comunista inminente y la aprobación de una ley de defensa social o
heroica era necesaria para “encarar el
más grande peligro que la República haya jamás
encontrado”.
La
organización sindical comenzó a arraigar en el seno de la población rural de
Santa Marta hacia mediados de la década de 1920, bajo la influencia del Partido
Socialista Revolucionario y de unos pocos anarcosindicalistas de España y de
Italia. María Cano a finales de marzo de 1928 había “fijado su centro de operaciones
en Santa Marta, Ciénaga, Sevilla y Aracataca, para seguir a El Retén, Fundación
y Tucurinca”. Según el activista
Ignacio Torres Giraldo, quién había permanecido en la zona, el grupo de colonos
era particularmente receptivo a las iniciativas del PSR, y fueron los colonos
los que respaldaron la unificación de los asalariados, aprovechando sus
estrechos lazos con los trabajadores bananeros. La formación de uniones obreras
y ligas agrarias o ligas de colonos comenzó a ser más o menos recurrente.
Entonces
militantes del PSR encabezan la huelga contra la United Fruit Company
como líderes sindicales. Esta fue
dirigida por los más representativos: Sixto Ospino, Adán Ortiz Salas, Aurelio Rodríguez, José G.
Russo y Erasmo Coronel. Igualmente por mujeres como Josefa Blanco, secretaria
del sindicato de Orihueca. Pero todos seguían fielmente, las instrucciones de Raúl Eduardo Mahecha.
La
vinculación de los dirigentes sindicales Mahecha y demás al Partido Socialista
Revolucionario da la voz de alerta al gobierno.
General Carlos Cortés Vargas: “La extensa zona bananera está dividida en un
gran número de fincas o haciendas, de las cuales alrededor del cuarenta y cinco
por ciento son de propiedad de la Compañía Frutera ; las demás pertenecen a
particulares y son de una extensión varia.
La
United Fruit Company de Boston, Massachusetts, poseía casi 60.000 hectáreas de
tierra, la mitad cultivables, en el Magdalena. En 1928 la UFCO pagaba a 25.000
trabajadores en el país. Ella controlaba el tren de Santa Marta y sus vías
anexas, los muelles bananeros del puerto y los barcos que transportaban los
racimos. Además administraban la distribución del agua utilizada en la zona
bananera.
Siguiendo las instrucciones del Komintern soviético, Raúl Eduardo
Mahecha se hace cargo. Mahecha era, para la época, un avezado negociador y
propiciador de huelgas, así como sindicalista experimentado. Recientemente
había fundado la Unión
Obrera , antecesora de la USO Unión Sindical Obrera. Así radicado en la
zona bananera, recorrió agitando a los braceros y trabajadores apoyados por los
colonos, que buscaban su justo bienestar
ante los atropellos de la
United Fruit Company.
Mahecha
había instruido a Erasmo Coronel, otro miembro del PSR y delegado sindical a la
vez que negociador, un pliego de peticiones de nueve puntos que al parecer se
ajustaba bastante a la escasa legislación nacional. Aparentemente buscaba que
se diera cumplimiento a la ley colombiana sobre seguros colectivos y
obligatorios, accidentes de trabajo e higiene habitacional.
Los
nueve puntos del pliego eran:
1- Establecimiento
del seguro colectivo obligatorio con base en las leyes 37 de 1921 y 32 de 1922.
2- Reparaciones
por accidentes de trabajo, según lo establecía la ley 57 de 1915.
3-
Habitaciones higiénicas según la ley 46 de
1918 y descanso dominical remunerado en relación con la ley 76 de 1926.
4-
Aumento del 50% de los jornales.
5- Desaparición
de los comisariatos.
6- Cesación
de préstamos por medio de vales y libertad del trabajador para adquirir los
artículos de consumo.
7- Implantación
del pago por semanas vencidas.
8- Abolición
de los contratos individuales y creación de los colectivos con derecho a
figurar cada obrero en la nómina de cada mes.
9- Construcción
de hospitales provistos de drogas, instrumental quirúrgico, a razón de un
hospital por cada 400 jornaleros y médico por cada facción mayor a 200
jornaleros; también la ampliación e higienización de todos los campamentos por
carencia absoluta de profilaxis.
O sea,
exigían un aumento salarial del 50 por ciento. Pedían acabar los comisariatos,
pago semanal, contratación colectiva, semana laboral de seis días con
dominicales remunerados y mayor inversión en salud, pero la mayor queja era el
sistema contractual para los trabajadores, que siempre fue considerado como un
medio para el incumplimiento de la legislación laboral.
General Carlos Cortés Vargas: El
reclamo principal y único se hacía no contra los cultivadores particulares sino
contra la Compañía; ésta tiene empleados de varias categorías que podemos
llamar de nómina y son los mayordomos o mandadores, apuntadores de tiempo y los
empleados de contabilidad y control; fuera de estos hay un reducidísimo número
de asalariados que desempeñan las funciones de cuidadores de bestias,
sirvientes de mesa, jardineros, etc; el resto, Comisariato de la United Fruit
Company en Ciénaga o sea, la gran masa, no puede considerarse como jornaleros
desde el momento en que sus labores se hacen a destajo, o sea por contratos.”
Para
cada una de las labores requeridas, la United Fruit contrataba un empresario,
quien debe responder por su obra y es quien a su vez emplea un subcontratante
quien suministra las cuadrillas de trabajadores. Aducía no se encontraba en la
obligación de pagar las prestaciones sociales previstas en la legislación
nacional ya que no era un empleador directo pues manejaba contratistas y
subcontratistas. Esta posición había sido reforzada por una disposición del
Ministerio de Industria de 1925, según la cual,
“dado
que los cosechadores de banano trabajaban con base en contratos individuales,
técnicamente no eran empleados de la compañía”. Esta disposición confería el
derecho de desacatar las leyes laborales colombianas20. Los colombianos vivían
en condiciones inferiores a los extranjeros. La jornada de trabajo era de hasta
18 horas. Algunos trabajadores se apoyaban en la colaboración de sus hijos, pero
los niños no recibían remuneración alguna. Los accidentes de trabajo eran
frecuentes y mal atendidos.
La
United Fruit Company pagaba $5 pesos por día y por obrero al empresario, el
cual pagaba $3.50 al subcontratante. Finalmente, el obrero recibía $2 pesos.
Aunque superiores a otros sectores de la agricultura, estos salarios eran
pagados en bonos que obligaban al obrero a comprar sus provisiones en las
cooperativas de la empresa.
General
Carlos Cortés Vargas: “La
United Fruit tiene
establecidos comisariatos, o sea almacenes de venta al por mayor y al por menor
de artículos alimenticios y mercancías propias para los obreros de la zona
bananera. Asimismo, beneficia ganado y vende la carne a razón de quince
centavos la libra. En los comisariatos se venden los víveres a un precio tal
que no hagan competencia a los comerciantes al detal que compran al por mayor
en los mismos comisariatos el arroz, la azúcar, la papa y demás elementos que la Compañía importa de los
Estados Unidos. El interés de la
Compañía al organizar estos comisariatos está dividido entre
la utilización del tonelaje de su flota de regreso de los Estados Unidos y de
Europa, y el de mantener un nivel bajo en la subsistencia de los trabajadores
para, consecuencialmente, no verse obligada a subir indefinidamente los
salarios.
Una
vez llegado a Santa Marta, Cortés supo que los comerciantes de Santa Marta
habían estado financiando la huelga con el fin de acabar los comisariatos de la UFCO y así lograr vender
ellos, las mercancías y alimentos que requerían los miles de trabajadores de la
zona.
General Carlos Cortés Vargas: La Compañía usaba pagar el valor de sus contratos
por medio de vales que eran cambiados por mercaderías en los comisariatos. Este
sistema se prestaba al agio entre los tenderos y otras personas. Acontecía que
un obrero recibía una suma de pesos representada en vale y en vez de adquirir
con él elementos de subsistencia o prendas de vestir para sí o para los suyos,
una vez adquiridos unos y otros, los vendían a menos precio con el objeto de
hacerse a dinero contante.
La
huelga de las bananeras fue una operación vasta, violenta y complicada. En
ningún momento se podrá considerar como espontánea y pacífica. Fue preparada
deliberadamente con meses de anticipación para generar un levantamiento, una
insurrección. El sindicalismo manejado por el Partido Socialista Revolucionario
se encargó del pliego de peticiones, organizó la huelga y se apoyó en los
colonos quienes influenciaban a los jornaleros.
Y la verdad es que Mahecha no estaba solo,
tenía a Erasmo Coronel como subordinado y a su lado se encontraba también
Augusto Durán. Con él está el francés Octave Rabaté, alias Austin, y el estadounidense Joseph Kornfeder, alias John Sacks, dos auténticos agentes del
Komintern, quienes actuaban como asesores
de Durán. Según las autoridades de Santa Marta, otros dos operadores
extranjeros trabajaban con Mahecha: Girón, un mexicano y Lacambra, un español.
Un tercer hombre es Christian Vengal, quien será detenido unas horas en
Ciénaga, antes de ser liberado bajo presión de la calle.
Finalmente,
la United Fruit
Company se negó al pliego y se basó en la recién expedida Ley 69. Entonces el
12 de noviembre los trabajadores entran en huelga.
“Constancia”
Los obreros de la Zona Bananera están
dentro de la ley. No hay una sola disposición que venga a impedir el hecho de
la huelga, desde luego se han cumplido los mandatos del derecho.
Los obreros de la Zona Bananera en
cambio acatan todas las leyes que rigen en el país, como ya está probado, y hoy
al declararse en huelga, lo hacen por vindicar sus derechos, conculcados
diariamente por la poderosa Compañía Frutera, que ve con indiferencia al obrero
agotarse por las ulceras, el paludismo tropical, la tuberculosis y otras
enfermedades, sin que un sentimiento de humanidad la mueva a cumplir la
legislación obrera de la
República y a indemnizar a sus víctimas con una salario que
en parte mitigue el hambre y la miseria, que son el legítimo patrimonio de sus
fincas de banano.
Esta huelga es el fruto de dolor de miles de
trabajadores explotados y humillados día y noche por la Compañía y sus agentes:
esta huelga es la prueba que hacen los trabajadores de Colombia para saber si
el Gobierno Nacional está con los hijos del país, en su clase proletaria, o
contra ella y en beneficio exclusivo del capitalismo norteamericano y sus
sistemas imperialistas.
El lema de esta cruzada debe ser
“Por el obrero y por Colombia”.
El obrerismo del Magdalena excita a todas las
organizaciones proletarias de Colombia y a la prensa independiente y altiva a
solidarizarse con este movimiento, que es un grito de justicia salido de lo
hondo del corazón sufrido de los trabajadores de la Zona Bananera , en
demanda de pan y justicia.
En consecuencia, queda decretada la huelga
general, desde la seis de la mañana del día de hoy, hasta ser oídos y aceptados
sus delegados y sus pedimentos por la United Fruit Company. Unión Sindical de
Trabajadores del Magdalena. El Comité Ejecutivo.
Ciénaga,
noviembre 12 de 1928.
Hacia
1925 se había establecido la primera unión sindical, la Unión Sindical de
Trabajadores del Magdalena, la cual agrupaba tanto campesinos como proletariado
rural de la zona bananera. Aunque apoyó las peticiones de los colonos
amenazados con el desalojo, sus esfuerzos principales se dieron en organizar la
huelga general contra la
United Fruit Company.
El
momento de la huelga no hubiera podido ser peor. El año anterior, miembros del
Partido Socialista Revolucionario y del CCC habían almacenado febrilmente
municiones para utilizarlas en la inminente sublevación. Para abril de 1928,
existía un plan según el cual los miembros del CCC declararían la huelga
general y realizarían acciones militares coordinadas contra el gobierno. Los
revolucionarios tenían tal fe romántica en el carácter inevitable del
levantamiento del proletariado, que hablaban incesante y abiertamente acerca
del nuevo orden inminente. A comienzos de 1928, “Leonilde Riaño, La Flor Roja de
Cundinamarca”, advirtió a las
mujeres colombianas que se prepararan
para marchar al lado de sus hombres “en
la revolución que se aproxima”.
Reacción
del Gobierno
Los
miembros del gobierno de Abadía tomaron las amenazas revolucionarias en serio.
A comienzos de 1928, el Ministro de Industria Montalvo habría dicho:
“Estoy convencido de que el comunismo en
Colombia está próximo a estallar”.
La prensa conservadora informa: "un frente bolchevique se está formando en la
zona bananera".
de
inmediato envió un telegrama a Abadía Méndez donde decía: “la situación revolucionaria
aquí es extremadamente peligrosa”. Abadía
y su Ministro de Guerra, Ignacio
Rengifo consideran estar afrontando una conspiración comunista. Determinan a la
luz de la recién sancionada ley Heroica, el derecho a la huelga estaba
prohibido, por lo tanto, era ilegal, así que declararon turbado el orden
público. Raúl Eduardo Mahecha y los dirigentes de la huelga incluido Alberto
Castrillón, un agitador y orador virulento, recién llegado de Moscú, se
encargaron de enrarecer el ambiente llegando a presentarse algunos desordenes
menores y algunos destrozos en propiedad privada. A pesar de ser varios los
miles de trabajadores movilizados por órdenes de Mahecha, son una minoría de
los 32 mil obreros de la zona.
El General Carlos Cortés Vargas
Había
nacido en 1882. Cursó humanidades en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario e ingresa al ejército del gobierno al estallar la Guerra de los Mil Días. En
1902 es ascendido a teniente coronel.
En
1909 ingresa como alumno a la Escuela Superior de Guerra y dos años después
obtiene el título de Oficial de Estado Mayor y es nombrado comandante de
batallón. En 1914 entra al Estado Mayor General como jefe de una sección del
Departamento de Historia y luego es trasladado en 1918, de teniente coronel,
como comandante del Regimiento Nariño de la guarnición de Barranquilla. Para
1918 se le nombra subdirector de la Escuela Superior de Guerra y al año siguiente con
el grado de coronel es comandante del Regimiento Sucre No.2 en el Departamento
de Boyacá. En 1920 se le confiere la jefatura del Departamento de Historia del
Estado Mayor General hasta 1926. Ese año dicta la cátedra de historia y
geografía de Colombia en la
Escuela Superior de Guerra. En 1927 es enviado como agregado
militar a la Legación
de Colombia en Chile. En 1928 es ascendido al grado de general de brigada y
asignado a la Jefatura
del Estado Mayor del Comando de la II División con sede en Barranquilla, donde el 12
de noviembre lo sorprende la orden de trasladarse a la Zona Bananera como
Jefe de la Plaza
de Santa Marta.
El
Ministro Rengifo nombró al General Carlos Cortés Vargas Comandante Militar del
Magdalena el mismo 12 de noviembre según telegrama que a la letra dice:
Ministerio de Guerra.
Bogotá, noviembre 12 de 1928. Oficial. Número 14837. Orden Público. Comandante
División. Barranquilla
Sírvase disponer General Cortés marche
inmediatamente Santa Marta como jefe Plaza, zona bananera, para que de acuerdo
Gobernador determine empleo tropas a fin de apoyar autoridades, fuerza policía
ampare trabajadores pacíficos están siendo hostilizados e instigados por
revoltosos actúan zona. Un batallón de Regimiento esa debe despachar mayor
brevedad posible a reforzar compañía destacada en Ciénaga, seleccionando
oficialidad y dotándolo lo mejor posible….
El desarrollo de las instrucciones que
preceden queda a su claro criterio y a sus capacidades nunca desmentidas, y
probadas en todos los campos de la actividad militar. Para los cometidos y
actividades a que hubiere lugar usted cuenta con las fuerzas acantonadas en las
guarniciones de Ciénaga y Santa Marta, las que le envíe de Cartagena y de otros
lugares, que quedan bajo sus órdenes.
Muy
atentamente,
Justo
A. Guerrero
General y Comandante General
Cortés Vargas en el teatro de operaciones
El
Cuartel militar en Ciénaga se convirtió en su Cuartel General y Centro de
Operaciones. Los cultivadores ejercían presión sobre el gobernador José María
Núñez, con el fin continuar con el corte y recolección de fruta y este a su vez
presionaba al General Cortés con el fin de que éste diera las garantías
necesarias.
Desde su llegada a la
Zona Bananera , Cortés Vargas encontró que gran parte de la vía
férrea se hallaba llena de huelguistas y que en algunos tramos estaba
obstruida. Encontró que la mayoría de trabajadores eran obligados a parar, a
pesar de sus deseos en continuar las labores.
Mujeres como Josefa Blanco, secretaria del
sindicato de Orihueca, quien bajo su responsabilidad tuvo a 100 obreros, con
ellos vigilaba que no hubiera corte de racimos de bananos y emboscó y redujo
pequeños grupos de uniformados que luego llevaba al comité de huelga para
hacerlos reflexionar si era el caso, o sacarles información o juzgarlos. Otra
mujer olvidada fue Petrona Yance, la más destacada de entre 800 mujeres que
participaron en la Huelga.
María Tila Uribe admite que hubo antes y después de la supuesta matanza,
“enfrentamientos y combates”, que los
huelguistas habían preparado “acciones
armadas y de fuerza”, que disponían
de bombas y armas, que:
“había por lo menos 10 mil hombres armados de
machetes y que algunos grupos de
huelguistas disponían de fusiles”. Afirma la hija de Tomás Uribe Márquez
que ciertos activistas realizaron “operaciones de sabotaje contra los trenes
que transportaban tropas y los
trabajadores enganchados para romper la huelga”. Que la huelga tenía una dirección secreta la cual había dividido la
zona de las bananeras en 63 secciones para mejorar las operaciones.
El General Cortés Vargas trató de dialogar e
interceder con las partes en conflicto y calmar los ánimos.
36 General Carlos Cortés Vargas: “El
día 15 (de noviembre) se presentaron a
nuestro alojamiento (en Aracataca)
los señores José Montenegro, (Erasmo) Coronel, (Nicanor) Serrano, y (Pedro M.)
del Río junto con numeroso grupo de obreros ansiosos de presenciar la
conferencia. El resultado final de la conferencia era que habían puntos que en
realidad no eran de la competencia de la compañía sino del resorte del
legislador y otro como el de la supresión de los comisariatos que era un punto
inaceptable para ellos y que no entendían por qué razón sus dirigentes y
abogados lo habían consignado en el pliego de peticiones.” Una vez discutidos los diferentes puntos se llegó a la conclusión de un
arreglo amistoso ya que el General Cortés intercedería ante la United Fruit para que
los puntos acordados fueran aceptados por la empresa. “Los delegados manifestaron
que en ese mismo momento irían a reunir
la Asamblea
ejecutiva con el fin de que nosotros personalmente expusiéramos ante ella los
motivos por los cuales se rechazaban algunos puntos y se adoptaban otros. Quedó
convenido que a las cinco de la tarde de ese día vendrían los delegados para
conducirnos a la Casa
del Pueblo con el fin antes indicado. A eso de las 6pm se aparecieron los tres
delegados obreros cabizbajos y mohínos (José Montenegro, Erasmo Coronel, y
Nicanor Serrano) a informarnos que no era posible llevarnos al local de la Asamblea ejecutiva por
cuanto dicha corporación ya se había disuelto. Uno de ellos, más sincero que
los otros nos dijo: Vea señor General, nosotros no tenemos poderes sino para
aceptar los nueve puntos sin modificación alguna. Al reclamarles, ellos nos dijeron:
“Señor, el Gerente de la
Compañía frutera se niega
en recibir a los trabajadores colombianos que desean hacerle un justo reclamo.”
(Aparentemente
el punto de los comisariatos se había incluido en el pliego de peticiones por
presión de los comerciantes de Santa Marta, quienes financiaron la huelga.)
Cortés
Vargas ordenó llamar de inmediato al Gerente, Thomas Bradshaw y concertó una
reunión con los delegados.
Esa
noche un telegrama del Ministro de Guerra llegó a Cortés Vargas indicándole que
los cabecillas o agitadores comunistas empezando por Raúl Mahecha debían ser
detenidos con los demás dirigentes comunistas; en Santa Marta, José Montenegro,
Mariano Lacambra, Jesús Nieto; en Ciénaga, F.V. Russo, J. Nicolás Betancourt,
J. Restrepo; en Riofrío, D. Pérez, M. Pavajeau, Santander Salas; en Sevilla,
Álvaro Girón; Guacamayal, M.F. Morales, Carlos Calderón, Pantaleón Charris; en
Aracataca, Hugo Martínez, Miguel Muñoz, Domiciano Bedoya, secretario de
propaganda, Isabel López, Juana Munive, Rosaura Santa Elva, Filomena Palmarino,
Roque Nieto, M. Polio Infante, Alberto Yonson y Soler Martínez. Orden que
Cortés transmitió a las diferentes autoridades municipales y de policía con el
fin de dar cumplimiento.
Las
reuniones acordadas por el General Cortés, se celebraron en la gobernación, con
el señor Thomas Bradshaw gerente de la United Fruit , contaron además con la presencia
del gobernador del Magdalena, José María Núñez y los secretarios de Hacienda y
Gobierno y los sindicalistas negociadores, Erasmo Coronel, Pedro M. del Río y
Nicanor Serrano pero no dieron resultado. Los negociadores permanentemente
debían salir del salón a conferenciar con algún desconocido asesor, localizado
en el exterior.
General Carlos Cortés Vargas: “Entretanto que las conferencias seguían su curso,
los obreros en huelga no perdían el tiempo y se seguían organizando bajo el
mando del conocido cabecilla comunista Raúl Eduardo Mahecha. De los cuarenta
mil obreros que habitualmente trabajan en la zona bananera, una gran mayoría
estaban ansiosos de reanudar trabajos, más los revoltosos por la fuerza se lo
impedían. El Comando de las fuerzas no tenía suficientes hombres disponibles
para dar garantías a los propietarios de las fincas de toda una región tan
extensa como densamente poblada.”
Durante
los treinta días que dura la huelga, Mahecha y sus hombres se dedicaron a hacer
destrucciones y atrocidades. Los huelguistas llamaron a mítines permanentes y
creció la tensión. Las posteriores tentativas de conciliación fracasaron.
Los
huelguistas en Ciénaga
4 de diciembre
Cortés ordenó la salida
de los trenes de recolección de fruta con escoltas militares a partir de la
11am. Una de las escoltas al mando del Teniente Ernesto Botero, del Regimiento
Nariño, tenía la misión de proteger el corte y recolección en la hacienda “Villavicencio”, de propiedad de Eduardo
Noguera, situada en las inmediaciones del caserío de Sevilla.
General Carlos Cortés Vargas: “A
eso de las tres de la tarde nos llamó el Teniente Botero desde la
finca Villavicencio y dijo que un gran grupo de amotinados lo amenazaban; le
ordenamos cumplir las órdenes terminantes que tenía y lo alentamos a hacerse
respetar. Serían las cuatro y media de la tarde cuando llamó el Teniente
Botero, cuál sería nuestra sorpresa al oírle relatar que le habían arrebatado
la escolta. Sus hombres habían caído prisioneros de los huelguistas y estos se
los llevaron para Sevilla.”
Los
amotinados al sorprender en el patio de la casa de la finca Villavicencio al
Teniente Botero y envolver sus tropas, se deshicieron del oficial apartándolo
sistemáticamente de sus hombres sin que a este señor se le ocurriera hacer uso
del arma de defensa personal que portaba. Los soldados y el sargento envueltos
por la muchedumbre y aislados los unos de otros no se atrevieron hacer uso de
sus armas por temor a herirse entre sí y porque según dicen, el oficial grito
al sargento: “queda encargado.”
Eduardo Noguera fue aprisionado al tiempo con la tropa que había ido a su finca
a darle garantías; en la Plaza
de Sevilla fueron recibidos los prisioneros con las mayores muestras de
regocijo. En una de las aceras de la plaza sentaron a los 25 hombres
custodiados por algunos centenares de amotinados armados de machete. De
inmediato, Cortés dio la orden de concentrar todas las tropas en la Estación de Sevilla con
el fin de rescatar los secuestrados. El General Cortés a las cinco pm tomó un
autoferro y tardó 45 minutos en llegar a la Estación de Sevilla.
General Carlos Cortés Vargas: “Al
desembarcarnos en la Estación
de Sevilla, el Capitán Julio Guarín se nos acercó y dio parte con la novedad de
haber rescatado los veinticinco soldados con sus respectivos fusiles. Los
amotinados recibieron la noticia que llegaba el ejército al rescate y en esas
el Capitán Guarín ingresó a la plaza con diecinueve hombres y algunos agentes
de policía departamental. Al aproximarse
a los prisioneros les ordenó formar, orden cumplida de muy mala gana haciendo
necesaria toda la energía del Capitán Guarín para hacerse obedecer. Una vez
incorporados los hombres con su tropa, el Capitán Guarín regresó a la Estación de Sevilla sin
novedad.
Tras mucha presión, el alcalde de Ciénaga
libró orden de captura contra Cristian Vengal, un maquinista jamaiquino del
ferrocarril y quien tenía agitada la muchedumbre en Ciénaga. Había estado
regando el rumor (rumor totalmente falso) que el Gobernador Núñez con Thomas
Bradshaw se dirigían para Ciénaga a negociar con los trabajadores. En poco
tiempo fue aprendido.
Rafael
Quintero: “A
las cinco o seis de la tarde se paró el primer tren de fruta que se dirigía a
Santa Marta y vi personalmente que en la Estación de esta ciudad un número
considerabilísimo de mujeres con niños en brazos y hombres que se tiraban en la
línea y decían pásenlo sobre nosotros. El maquinista se cansaba de pitar, pero nada
conseguía, ni uno se movía y había en los alrededores de tres a cuatro mil
trabajadores. Que este número fue creciendo gradualmente con todas las gentes
que llegaban de Orihueca, Riofrío, Sevilla, Guacamayal, El Retén y fueron
suspendiendo uno a uno los trenes que llegaban conduciendo fruta, en medio de
una algazara extraordinaria.
5 de
diciembre
General Carlos Cortés Vargas: Con la primeras luces del día 5 de
diciembre cobraron mayores ánimos los amotinados: se hicieron dueños de la
plaza de mercado y no dejaban vender sin orden del comité ejecutivo; los
productos de quienes consideraban sus enemigos, fueron arrojados al caño donde
atracan los barcos, las tropas no pudieron proveerse de carne; la ciudad estaba
prácticamente en manos de un sóviet de gente irresponsable; todos eran
dirigentes, según decían, cuando se les preguntaba de donde emanaban esas
órdenes.” y explica la importancia en defender la población de Ciénaga: En el
cuartel de Ciénaga había una gran cantidad de elementos de guerra que era preciso
defender no obstante que la fuerza de que disponíamos para la defensa de la
ciudad era muy escasa: un batallón del Regimiento Córdoba, mitad recluta y
mitad antiguos, y una compañía del Regimiento Nariño, en total 300 hombres. A
medida que el día avanzaba, el movimiento iba tomando mayor intensidad; grupos
compactos desfilaban por frente los cuarteles con aire desafiante, algunos
individuos llegaron hasta llamar a los números de la guardia para preguntarles
si eran reclutas o antiguos los soldados y cuántos había; ya no ocultaban que
esa noche llegarían todos los camaradas de la zona a reforzarlos, antes, por el
contrario, lo decían en voz alta.
Esa
mañana en Orihueca, los productores recibieron una invitación del General José
Rosario Durán de Aracataca para una reunión que debía tener lugar en Santa
Marta. Con ese fin Milagros Duque, Luis V. Gámez, José María Fragoso, Emiliano
Ballesteros y Pablo Salas entre otros, tomaron el tren en el que todos los
productores irían a Santa Marta con el fin dialogar con el Gobernador y el
Gerente de la UFCO
y así terminar la huelga. El tren los recogió a las cinco y media de la tarde
en Orihueca y se dirigieron a Santa Marta.
Capitán Julio Guarín: El
(día) cinco fue visible de agitación entre los huelguistas, pues se preparaban en verdaderas legiones a seguir a Ciénaga,
según se rumoraba. Con efecto: a eso de las tres de la tarde desfiló delante
del balcón en el que me encontraba instalado, una crecida multitud, en filas
organizadas, todos con machete en mano y precedidos de un pabellón rojo. Muchas
mujeres cerraban el desfile. Un poco más tarde pasó un verdadero batallón de
huelguistas procedente de Guacamayal.
Ese
mismo día el alcalde de Ciénaga, en quien Cortés desconfía por sus proximidades
con los sindicalistas, envía un oficio solicitando hacer despejar la vía férrea
ocupada por huelguistas, “que impide la
salida de los trenes”. Al ordenar las tropas cumplir con el despeje, los
huelguistas se retiraban, pero para ubicarse en otro sector, libre de
vigilancia. Los maquinistas y fogoneros, ya en complicidad con los huelguistas
o amedrentados por ellos, se ocultan. Toda Ciénaga era patrullada por grupos de
amotinados que infundían el terror entre los habitantes.
A las
ocho de la noche llegó a Ciénaga el tren con los delegados que iban para Santa
Marta.
General Carlos Cortés Vargas: “Los
amotinados se tendieron sobre la vía
férrea, desengancharon la locomotora
e hicieron apear los pasajeros. Aquello fue un verdadero asalto, la confusión y
el desorden que produjo la llegada de aquel tren fueron espantosos; para evitar
fatales consecuencias se ordenó el retiro de las tropas a sus cuarteles, los
amotinados quedaron de nuevo dueños de la estación.
Milagros Duque: “Al llegar (el tren) a Ciénaga el movimiento
armado lo detuvo y haciendo desenganchar el carro, decían que
el tren no podía pasar para Santa Marta porque ellos ordenaban, los
huelguistas, dirigidos por Raúl Eduardo Mahecha, Castrillón, José Russo y
Cristián Vengal. Ese tren llegó a esta ciudad como a las ocho y media de la
noche, desde esa hora hasta las once de la noche estuvimos deliberando de
dirigirnos para Orihueco a pie. Esta resolución la tomamos porque oímos
discursos de Mahecha y Castrillón en los que se decía que el gobierno estaba
podrido de raíces y que a la vista estaba el miedo que tenía por la misma
opresión en que vivía el obrero, que era el único, que dignamente le haría
saber de cuánto era capaz el comunismo en esta región y del país entero y que
por eso mismo se sentía tambaleante. Castrillón hablaba más o menos lo mismo y
agregaba que el comunismo que había traído de Rusia triunfaría en Colombia…”
Luis V. Gámez: “Llegando a Ciénaga como a las seis y media,
los huelguistas dueños y señores, impidieron que continuara
la marcha el tren y fuimos sacados de los carros de la manera más brusca y
grosera por los huelguistas. Resolví
regresar a pie a Orihueca, pues no se encontraba vehículo debido a que todo
estaba paralizado por los huelguistas, esto en asocio con los señores Milagros
Duque, Emiliano Ballesteros, José María Fragoso y Pablo Salas, salimos a las
diez de la noche; en la finca La
Palma fuimos hechos presos por una cuadrilla de más de dos
mil bandidos, que de la manera más infame y cobarde nos querían asesinar
después de estar amarrados, vejados y maltratados, en toda forma; solo la Providencia de Dios y
algunos amigos y entre ellos estaban Abel Rodríguez que de la manera más
enérgica protestaba ante la multitud de que se cometiera tan salvaje crimen.
Presos y amarrados fuimos obligados a seguir a Ciénaga donde esta multitud se
dirigía hechos unos leones y dispuestos a terminar con todos los que no fueran
amigos de ellos. En los playones de Agua Coco nos vimos cara a cara con un
grupo de cuatrocientos huelguistas más o menos entre los que venía Mahecha,
Castrillón, Russo, otros tantos; en este lugar Mahecha manifestó a la turba que
nos tenía presos, se volvieran a Riofrío donde darían el primer combate, pues
en Ciénaga habían matado sesenta camaradas y que debían vengarlos a toda costa…”
Julio Charris, Director de El Diario del
Caribe, un periódico amarillista y favorable a los huelguistas y el cual con
sus artículos había caldeado los ánimos durante estos días, se dirigió a la
alcaldía a exigir la libertad de Cristian Vengal, so pretexto de que las masas
no dejarían partir el tren con los delegados para Santa Marta si no era
conducido por el mismo Vengal.
El Alcalde cede y Vengal es liberado y se
dirige hacia Santa Marta con la comisión pacifista.
Los informes que recibe el General Cortés son
desalentadores. De Santa Marta recibe información que:
“huelguistas están armándose para atacarlos a
ustedes, que todo el material rodante, maquinas, motores; ferrocarril está
poder ellos, que número es abrumador.
De
Aracataca el Capitán Fernández informa “en
este momento siguen obreros armados a
esa población (Ciénaga), de Riofrío, Sevilla y otros lugares, objeto asaltar
cuartel”. El movimiento de
amotinados, armados de machetes, revólveres y escopetas ya se había iniciado en
toda la Zona con
dirección a Ciénaga.
Ya el gobierno nacional le había ofrecido
tropas de refuerzo y le ordenaban concentrar las tropas en puntos estratégicos.
A las cinco de la tarde recibió el siguiente
telegrama que a la letra dice:
No. 15824. Ministerio de Guerra. Bogotá, diciembre
5 de 1928. General Carlos Cortés Vargas
Refiérome
sus telegramas de anoche y el de hoy que acabo de recibir. Compláceme hayan
sido rescatados soldados y armas cogidas por huelguistas. Hoy firmase decreto
ejecutivo declarando en estado de sitio Provincia de Santa Marta y nombrando a
usted Jefe Civil y Militar de la misma.
Se vienen los yanquis
A pesar de que el General Cortés le aseguró
personalmente al gerente del Ferrocarril, quien le visitó en el cuartel de
Ciénaga por encargo de Thomas Bradshaw, la puntualidad en garantizar las vidas
y propiedades de los extranjeros, fue informado que dos buques estadounidenses,
el crucero USS Des Moines y el acorazado USS North Dakota, se encontraban
fondeados frente las costas de Santa Marta. Julio Cuadros Caldas ahonda más en
el asunto y escribe:
“Al mismo tiempo el Gerente, Mr. Bradshaw, le notificó oficialmente a Cortés Vargas que sí
él no podía garantizar la vida de los americanos en la zona, él, Bradshaw,
pediría por telégrafo al gobierno de Washington el desembarque de marines. El
señor MacDonald superintendente de la United en Aracataca, dijo al Capitán
Guarín que acaba de oír por radio que varios barcos americanos, de la zona del
canal estaban al pairo cerca de Santa Marta esperando órdenes.
Un par
de días después, Cortés pudo confirmar sus mayores temores, ¡los gringos iban a
desembarcar tropas! The New York Times
del 7 de diciembre tenía un despacho que afirmaba:
“…el Secretario de Estado Kellogg entendía que
el gobierno colombiano era totalmente capaz de mantener el orden y no
contemplaba solicitar a la
Armada desembarcar Marines para proteger vidas
estadounidenses y sus propiedades...”
Para que no quepa duda de
la gravedad de la situación con la presencia estadounidense, copia del
telegrama que se encuentra en este documento, fue enviado el 6 de diciembre de
1928 por el Cónsul de los Estados Unidos en Santa Marta al Departamento de
Estado en los Estados Unidos y a la letra dice:
URGENTE
5 AM diciembre 6 Anoche fue declarado el Estado de Sitio en la Zona Bananera y
Provincia de Santa Marta. Hubo demostraciones contra el gobierno, las cuales
fueron dispersadas por unas pocas tropas. Los sentimientos en contra del
gobierno por parte del proletariado y las tropas son muy altos y está en duda
que podamos depender del gobierno colombiano para protección. Puedo respetuosamente sugerir, que mi solicitud para un buque de
guerra estadounidense, colocado en las cercanías, sea otorgada y que éste esté
pendiente de mi llamado y que la estación inalámbrica de la United Fruit utilice
las siglas UJ pues estamos sin comunicación telegráfica y no existe otro medio
de comunicación con Santa Marta. Se ha admitido que el carácter de la huelga ha
cambiado y que los disturbios son una manifestación de tendencia subversiva.
A pesar
de las negativas
de Secretario Kellog de una intervención en Colombia y la explicación
dada por el Embajador estadounidense, Jefferson Caffery, sobre la presencia de
un buque de la Armada
estadounidense en nuestras aguas, nosotros los colombianos (recordar Panamá en
1903) y los latinoamericanos en general (recordar México, Nicaragua, Guatemala,
Chile, República Dominicana, Cuba etc.), sabemos con seguridad y por
experiencia, que una nave de estas características, de esa bandera, y en esos momentos
históricos (la diplomacia de las cañoneras), no llegaba a nuestros territorios
con fines pacíficos.
General Carlos Cortés Vargas: “La soberanía nacional estaba amenazada, era inminente
el desembarco de tropas norteamericanas“. Y agrega que “los barcos estaban como se dijo
oportunamente, al pairo sobre nuestras costas y en dos o tres horas, hubieran
arribado al puerto y ocupado el puerto, la ciudad y la zona bananera.”
Al llegar la noche, los ahora amotinados detuvieron un barco que
salía para Barranquilla, ultrajaron a los pasajeros y los pusieron en tierra.
“El señor Israel Cruz vino a nuestro despacho a informarnos que a
don Atilio Correa, rico propietario y persona pacífica y altruista, lo estaban
maltratando los amotinados después de haberlo hecho desembarcar. Por fortuna
estaba presente el Alcalde, a quien excitamos para que fuera a libertar al
señor Correa.”
El Secretario de Gobierno, Lázaro Díaz Granados llegó por mar a
Ciénaga a recoger su familia en vista de lo inminente del peligro que amenazaba
la ciudad, varias familias
aprovecharon la
coyuntura y, no sin grave riesgo para sus vidas, fueron a Pueblo Viejo a tomar
una lancha. Los amotinados persiguieron los automóviles, más cuando llegaron a
la playa ya la embarcación había zarpado.
A
partir de entonces los huelguistas se desbocan: atacan a los empleados
colombianos y estadounidenses y sus familias y amenazan con quemarlos vivos en
sus casas. Golpean y encarcelan a cultivadores y comerciantes. Matan a tiros a
Margarita Corzo, de 25 años, la esposa de Anselmo Corzo, un contramaestre de la
hacienda Normandía en Orihueca (Sevilla) y luego asesinan a su hermano, Luis
Corzo. Su casa es saqueada y Anselmo Corzo es obligado a huir (el será
declarado desaparecido más tarde).
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Saquean
e incendian otras casas, los despachos, los almacenes, los talleres, las
bodegas, los establos y los campamentos de la United Fruit. En
total son 39 los edificios demolidos. La mayoría de las líneas telegráficas y
telefónicas de la región son cortadas y varios trozos del ferrocarril son
destruidos.
Las
pérdidas asciendan a US$800.000 de la United Fruit , US$300.000 de particulares y
US$150.000 del ferrocarril. El plan de acción de los agitadores parecía no
tener falla. Grupos armados y bien coordinados atacan las patrullas del
ejército y logran desarmarlas, antes de adueñarse de las locomotoras y sus
cargamentos. Al mismo tiempo los agitadores empujan la muchedumbre a
fraternizar Destrozos en la oficina de Agricultura por huelguistas con los soldados, para incitar en estos cambiar
de bando. Alberto Castrillón, uno de los más ardientes agitadores “antiimperialistas”
de la insurrección, hablaba en los mítines sobre la constitución de los sóviets
en la región. Él difunde el rumor que el ejército no disparará sobre los manifestantes
pues “él está con los huelguistas”.
El
primer objetivo de los huelguistas es paralizar la producción. Empiezan por
echarse sobre los obreros de base. Organizados en pequeños grupos, los
activistas fuerzan a los obreros a parar el trabajo y a seguirlos bajo amenaza
de ser golpeados con garrotes o machetes. Otros grupos más numerosos se adueñan
de las locomotoras y el ferrocarril. Otros distribuyen octavillas y, sobre todo
una hoja destinada a los soldados, impresa por Mahecha en una tipografía
portátil. Queriendo proteger los trenes que llevaban bananos hasta Santa Marta,
Cortés fracciona sus tropas en pequeños grupos, lo que facilita al comienzo la
labor de los asaltantes, superiores en número.
El 5
de diciembre, un grupo de doce agentes de Policía que había sido despachado a
Sevilla con el fin de brindar protección a una docena de estadounidenses y dos
colombianos hostigados por los huelguistas, es cercado en la estación por una
muchedumbre de 800 huelguistas. Algunos armados de fusil. Frente a la negativa
de los uniformados en entregarse con armas y uniformes, los sitiadores abren
fuego. Es el comienzo de un combate que durará 10 horas en el que el teniente
morirá. Igual suerte corre el delegado sindical y negociador, Erasmo Coronel.
Tras diez horas, llega el ejército al mando del Capitán Luna, el cual dejará en
persecución de los huelguistas, otros 29 muertos. El general Rengifo ordena al
Cortés Vargas reagrupar sus tropas y fuerzas de policía, con el fin de enviar
contingentes mayores a los lugares más amenazados. Estos impedirán otras
matanzas, liberarán a civiles y soldados cercados o apresados y retomarán el
control de los trenes.
Acorralados,
los huelguistas se reagrupan y conforman una muchedumbre de 3.000 hombres
armados que marchan sobre Ciénaga, población de apenas 27.000 habitantes, donde
ya 2.500 huelguistas armados con machetes se han tomado la estación. La orden
de Mahecha es desarmar a los militares que protegen las locomotoras, incendiar
los depósitos y cortar las cabezas de los productores y de los contramaestres.
Después
de saquear Ciénaga, Mahecha pensaba marchar sobre Santa Marta, un puerto muy
mal protegido. El gobierno nacional declara el estado de sitio en la zona
bananera y ordena a Cortés Vargas hacer cesar rápidamente los desórdenes.
A los
huelguistas en la estación de Sevilla, el General Vargas intima para que se
dispersen. No puede permitir que la muchedumbre de 3.000 hombres armados, que
ya marcha sobre Ciénaga, alcance a los 2.500 huelguistas en la estación. Al menos
que hubiera una verdadera masacre, un gentío de ese tamaño fácilmente coparían
las tropas y se tomarían la población y los cuarteles.
“La
Masacre ”
En los cuarteles solo
quedaron las guardias, pues se requería de un número elevado de tropas para no
ser copados y desarmados por los manifestantes. Las tropas marcharon hacia la
estación del ferrocarril encabezadas por el general Cortés y el coronel Díaz.
Al
ingresar, era la una media de la madrugada del 6 de diciembre, al verlos, la
muchedumbre intensificó sus gritos.
La
columna se formó en línea, los tambores tocaron bando por más de cinco minutos,
luego el capitán Julio Garavito leyó el Decreto Ejecutivo de declaratoria de
Estado de Sitio y luego el decreto número uno de la Jefatura civil y militar; a
renglón seguido, advirtió a los amotinados que debían retirarse a sus hogares
antes de tener que proceder por la fuerza. Se dio orden para un toque de
atención con la corneta.
Capitán Julio Garavito:
“tienen cinco minutos para retirarse”.
Los
manifestantes respondieron con nuevos gritos e insultos a los oficiales;
pasados los cinco minutos se dio un toque corto. La rechifla y los gritos
redoblados ahogaron el toque de clarín que anuncio el principio del plazo.
Nadie se movió.
Capitán Julio Garavito: “Han
pasado cinco minutos. Un minuto más y se hará fuego.”
Al
minuto otro nuevo toque; nadie se movió de su puesto. Se hizo un nuevo toque,
pero el tumulto hacía mofa de las prevenciones.
General Carlos Cortés Vargas: “en
el transcurso de este último minuto gritamos nosotros mismos: señores,
retírense, se va hacer fuego”.
Gritó
una voz entre el tumulto “Le regalamos el minuto que falta”.
Se
había cumplido el código penal. El tiempo apremia, los 3.000 hombres armados
que marchan sobre la población, están a minutos de llegar. El último toque
rasga los aires, la multitud parecía clavada en el suelo.
General Carlos Cortés Vargas:
“Fuego”, gritamos.
Una
voz dentro de la multitud grito al mismo tiempo: “¡tenderse!”
Los
militares disparan. Una sola ráfaga. La multitud se derrumba como un solo
hombre. Todos se tiran al suelo.
General Carlos Cortés Vargas:
“¡Alto al fuego!” Disciplinada la tropa obedece.
Los
huelguistas escapan a toda prisa dejando el suelo alfombrado de machetes,
sombreros y atuendos. En la plaza yacen los cuerpos de 20 personas. Todos son
hombres. De ellos nueve ya están muertos. Dos heridos fallecen en el hospital
horas después. Los nueve restantes son dados de alta en días posteriores.
En
desbandada y aterrorizada, la muchedumbre de la estación en Ciénaga tropieza
con la muchedumbre que marchaba sobre Ciénaga. Pero nadie osa frenar la
multitud ni organizar un contraataque. Ya sobre la fuga, Mahecha ordena atacar
a machete a los administradores de la UFC. La consigna es golpear a todos los que
tengan polainas, pues las polainas eran el símbolo de pertenecer a la clase de
propietarios y contramaestres. Viendo caer las primeras víctimas, los empleados
de la firma huyen por los riachuelos y por la Ciénaga Grande. Unas escaramuzas
se siguen aquí y allá entre huelguistas y militares pero la insurrección está
ya vencida.
General Cortés Vargas “Diez
minutos de retraso y habría habido cientos de víctimas inocentes”. “Un combate
en las calles de Ciénaga habría sido algo espantoso, nuestros proyectiles habrían
atravesado las delgadas paredes de bahareque o tabla y habrían ido a buscar
mujeres y niños inermes”.
El
resultado fue el Decreto No. 4 declarando "cuadrilla de malhechores a los
revoltosos, incendiarios y asesinos de la Zona Bananera", con la orden de
perseguir y aprisionar a los dirigentes, cabecillas, azuzadores, cómplices,
auxiliadores y encubridores para juzgarlos, a la vez que autorizaba usar las
armas contra delincuentes "in fraganti".
En
Aracataca hubo dos heridos y en Candelita hubo dos muertos. Los incendios y
saqueos azotaron Riofrio, Latal, Guajira, Orihueca, Florida, Ecuador, Gabriela,
Motagua, Casca y Miami.
Los
dirigentes huyen. A Coronel, ya muerto, se le unen Guerrero, así como Bernardo
Castrillón. Luego de la huelga, el ejército le destruye a Mahecha su imprenta
volante y demás muebles; el líder fue sindicado como reo de alta traición y al
ser perseguido por las autoridades tuvo que huir por Aracataca, Fundación,
Pivijay, Giraldo y Cartagena, de donde partió clandestinamente a Panamá. De
allí pasó a Venezuela, viajó luego a México y en octubre con la autorización
directa de José Stalin, se desplazó a Moscú, donde vivió hasta fines de 1930,
cuando decidió regresar a Colombia.
En la
indagatoria que hizo Alberto Castrillón el día seis de enero de 1929, confesó
haber sido la persona que convenció a los huelguistas que el Ejército no
dispararía sobre ellos.
Acta
del Levantamiento de los Cadáveres
En
Ciénaga, a seis de diciembre de mil novecientos veintiocho, siendo las seis de
la mañana, el señor Jefe Civil y Militar del Distrito en asocio del señor
Personero Municipal, de peritos nombrados y juramentados al efecto, señores
doctores Anselmo Martínez R. y Manuel del Castillo –facultativos- y del
suscrito Secretario, se trasladó a la Estación del ferrocarril en esta ciudad
con el objeto de practicar el examen de unos cadáveres que fueron encontrados.
Acto seguido los peritos expusieron: entre las primeras de las paralelas
principal y el ramal que inmediatamente sigue, se encontraron ocho individuos
que fueron reconocidos muertos. Los cuatro primeros yacían decúbito dorsal, con
los brazos extendidos y las piernas en abducción. Todos ellos presentaban más
de dos heridas mortales por proyectil y eran los señores: Adán Castro, Dámaso
Bermejo, Carlos Mendoza y un embolador a quien nombraban “Matraca”. Luego
seguían tres en decúbito abdominal con los brazos extendidos hacia adelante.
Uno de ellos, desconocido, presentaba una herida en la región occipital, los
otros dos, como los primeros, en la región torácica, y eran los señores
Gregorio Varela y Felipe Galán. El octavo estaba igualmente en decúbito dorsal
con heridas en la región torácica y las piernas, -desconocido. En la tercera
paralela había vagones y en uno de ellos, en frente de los muertos, se encontró
otro cadáver que fue herido en la base del sacro, probablemente en el momento
de treparse al carro, quedando instantáneamente muerto, también desconocido.
Del otro lado del mismo carro y en el suelo, se hallaba un hombre herido en la
parte posterior superior de la nalga derecha con orificio de salida en la pared
abdominal, sin interesar ninguna víscera. Este individuo dijo llamarse Nicolás
Noriega. Dos pasos más adelante había otro herido nombrado Copérnico y hacia el
oeste de la estación, contra unas mesas en que se venden refrescos, se recogió
otro herido que dijo nombrarse José Martín Campo. Los heridos fueron
trasladados al hospital inmediatamente y puestos bajo la vigilancia de los
médicos de allí. A las ocho de la mañana se dio por terminado el acto. En
constancia se extiende esta diligencia que se firma como aparece.
El
Jefe Civil y Militar del Distrito, Capitán Aurelio Linero C.
El
Personero Municipal, Gilberto Valdés C.
Los
peritos: M.J. del Castillo, Anselmo Martínez R.
El
Secretario, Miguel González Hidalgo
De los
heridos, murieron en el hospital de Ciénaga, Octavio Sobrino y José Campo; los
demás salieron curados y fueron: Salvador Bornacely, Marcelino Rodríguez,
Carlos Cárdenas, Bienvenido Miramón, José Padilla, José Dolores Gómez, Jerónimo
Churrio, José del C. Pachecho, Nicolás Noriega, José Gutiérrez, Santiago Lobo y
Copérnico.
Otros
heridos no fueron hospitalizados por tener sus familias y fueron Esteban López,
José Cabana, N.N., alias Marayero, (peluquero), Antonio Bajo, Saúl Barros,
Felipe Carpintero, y N. Avendaño; de estos últimos no murió ninguno.
El
señor José Concepción González D. murió en su casa de habitación y en su lecho
de enfermo, por una bala pérdida disparada, por un soldado atacado por un
desconocido.
La
Leyenda
El
total de muertos fueron doce (nueve en la estación) y veinte heridos. Se ha
escrito que ultimaron a bayoneta o cuchillo a los heridos; que cientos de
muertos fueron enterrados en fosas comunes cavadas con antelación; que mil
cadáveres se arrojaron al mar por medio de un buque; que en una casa cercana a
la estación del ferrocarril sepultaron a doscientos más; que un ferrocarril
llevó mil cuerpos hacia el mar; que el ejército había hecho los destrozos; que
habían más de 3000 muertos.
Todos
estos rumores y chismes generaron la leyenda de la masacre y no cualquier
mascare. Esta debía ser apocalíptica con el fin de cumplir una misión política.
El liberalismo en particular fue el responsable de estos rumores ya que buscaba
acusar al odiado régimen conservador y lograr la caída y final de la Hegemonía
Conservadora. El hecho había que magnificarlo para generar una masacre
espantosa que desprestigiara aún más, (si eso era posible), el gobierno del
mediocre Abadía Méndez.
Con
los hechos del seis de diciembre terminó la huelga. El General Cortés pese a
todo lo que se ha dicho y de todo lo que se le acusado, logró sofocar una gran
amenaza violenta en la zona bananera.
El parte oficial de
Cortés ante el senado fue de 9 muertos en Ciénaga, cifra que hasta hoy se
debate. En su defensa arguyó su deber de preservar la autoridad en situación de
alteración del orden público y su firme conocimiento de la presencia de buques
estadounidenses en aguas colombianas cuya intención era desembarcar tropas con
el fin de defender los intereses de la United Fruit Company, lo cual fue
confirmado por el mismo Embajador Jeffrey Caffrey quien además aclaró, que la
presencia de los buques no era para desembarcar tropas, sino con el fin de
evacuar ciudadanos estadounidenses, si la evacuación fuera necesaria.
Ningún
jefe de la insurrección será capturado. Cincuenta y cuatro personas serán
juzgadas en los consejos de guerra que siguen. Veintidós serán absueltas y 31
condenadas de las cuales 9 a penas de prisión superiores a los 10 años.
La
prensa liberal, ante la imposibilidad de dar cifras exactas sobre los muertos,
pues las informaciones eran muy confusas, sí aclaró que las tropas habían
abierto fuego sobre trabajadores, mujeres y niños inermes, desarmados y
pacíficos (otra falsedad, por la hora, 1:30am, no había mujeres ni niños en la
estación).
El
liberalismo cuyos nuevos representantes se consideraban los adalides de
trabajador, toman el asunto en sus manos y se nombra a un joven representante
desconocido hasta entonces para que efectúe la más exhaustiva investigación. El
joven, llamado Jorge Eliécer Gaitán Ayala recorre la zona bananera y cargado
con una investigación impresionante, abre un debate en el parlamento el 2, 3,
4, 5 y 6 de septiembre de 1929, época preelectoral, donde demuestra tamaño
injusticia cometida por el estado al ordenar acribillar a por lo menos
trescientas personas (se desconocen las fuentes de Gaitán para esta afirmación
y nunca las quiso o pudo dar); cómo los tentáculos corruptos de la United Fruit
Company manejaban a su antojo todo el departamento del Magdalena; que los
trabajadores no habían cometido ningún delito; y que los destrozos los había
hecho el ejército (esta última afirmación no merece comentario).
100 Años de Soledad
recordó a los colombianos de la masacre de las bananeras y en su obra Gabo
afirma de 3.000 muertos. ¿De dónde sacó García Márquez esa cifra? El
historiador y columnista Eduardo Posada Carbó, en su libro El Desafío de las
Ideas, retoma un documental de la televisión británica en 1990, donde el Nobel
colombiano reconocería al periodista Julio Roca, que sólo un pequeño número de
personas -tres, cinco o diecisiete- habrían muerto durante la huelga.
“Cifras
significativamente distantes de los tres mil muertos que aparecen en su novela, la cifra aceptada como verdad
histórica en Colombia”, afirma Posada Carbó.
Que sea el propio García Márquez quien diga de
dónde sacó la cifra:
Gabriel García Márquez:
"Las bananeras es tal vez
el recuerdo más antiguo que tengo... Fue una leyenda, llegó a ser tan
legendario que cuando escribí Cien Años de Soledad pedí que me hicieran investigaciones de cómo fue todo y con el verdadero
número de muertos, porque se hablaba de una masacre, de una masacre
apocalíptica. No quedó muy claro nada, pero el número de muertos debió ser
bastante reducido... y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no
era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan
descomunal como en Cien Años de Soledad... donde quería llenar un ferrocarril
completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica... decir que
todo aquello sucedió para tres o siete, o diecisiete muertos... no alcanzaba a
llenar... ni un vagón. Entonces decidí que fueran tres mil los muertos porque
era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba
escribiendo...". Gabo escribió: Mi recuerdo falso fue tan
persistente que en una de mis novelas referí la matanza con la precisión y el
horror con que creí haberla visto en Aracataca. Fue así como la cifra de
muertos la aumenté a tres mil en vez de siete, para mantener las proporciones
épicas del drama.
El General Carlos Cortés Vargas fue relevado el 15 de marzo de 1929 y
nombrado Director General de la Policía. Escribió un libro dando cuenta de los
hechos del cual fue responsable en la zona bananera y el cual fue publicado ese
mismo año.
Extracto del sr. Mariano
Ospina Peña
file:///C:/Users/usuario/Downloads/Masacre-de-las-Bananeras1.pdf
La historia en general ha sido escrita a base de verdades a medias y mentiras monumentales. No creo que sea tan cierto la cifra de siete muertos para la magnitud de la conmoción social que la huelga bananera de esos tiempos haya aparejado. Las cifras reales seguro no la conoceremos. Estoy seguro que pasaron del centenar. En Ecuador paso algo parecido con los zafreros de Naranjal. Nunca nos dijeron los muertos totales que hubieron en esa masacre. El gobierno trato de minimizar el número de caídos en esa refriega policial. Todavía a mas de 20 años de esa masacre se cuentan historias de horror.
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