lunes, 5 de diciembre de 2016

88 AÑOS DE LA MASACRE DE LAS BANANERAS

LA HISTORIA QUE NO PODEMOS OLVIDAR


El 6 de diciembre de 1928 es una de las fechas que han marcado un hito en la historia nacional de Colombia y el departamento del Magdalena, fecha en la cual ocurre La Masacre de las Bananeras en Ciénaga, donde más de 1500 obreros fueron asesinados por la fuerza pública de la época, desde entonces este suceso ha sido uno de los referentes del movimiento sindical obrero a nivel latinoamericano y del país. La Masacre de las Bananeras no sólo hace parte de unos sucesos meramente dirigidos a la clase obrera, el contexto en que se mueve esta lógica se remonta a los nacimientos de la economía enclave del país, la llegada de compañías transnacionales explotadoras, como la United Fruit Company, compañía a la que mediante de terceros pertenecían los obreros asesinados. Este momento de la historia de Colombia viene acompañado de unas dinámicas ideológicas, políticas y económicas que actúan y son el resultado del inicio de la violencia en la Zona Bananera y el departamento del Magdalena.



El conflicto de las bananeras fue un problema social, por décadas ignorado por el estado, y el cual fue utilizado por el Partido Socialista Revolucionario PSR como una de las puntas de lanza para la supuesta toma del poder que ese partido político había planeado y trataban de organizar desde su convención de La Dorada en 1927. Por la infiltración del PSR, el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez lo enfrentó como un problema de orden público.



El conflicto por tierras comenzó desde principios del siglo XX y va ligado al desarrollo de las vías de comunicación del cual se logra una valorización de las mismas. Esta valorización estimula la codicia en individuos y grupos sobre esas tierras, por lo general desatendidas. Entonces se presenta la figura del “hacha contra el papel sellado1, o el trabajo del colonizador contra la presentación de títulos, establecidos con frecuencia en base a componendas o artimañas legales. En virtud a estos títulos viene la expulsión sin compensación del colono quien ha mejorado la tierra y dedicado a ella largos años de trabajo, todo cohonestado por la ley y el Estado. La región bananera de Santa Marta es un claro ejemplo.



El Problema Social

Las inversiones de la United Fruit Company UFCO, a partir de 1900, en el desarrollo de la producción bananera para la exportación originaron el surgimiento de profundas transformaciones en la tenencia de la tierra y en los patrones sociales. Las propiedades coloniales semiabandonadas, estaban diseminadas por terrenos públicos o baldíos y estaban ocupadas por pequeñas aldeas de colonos. Antes de la UFCO la demanda de tierras era mínima y los linderos entre las propiedades privadas y las tierras públicas o baldíos eran indefinidas. La zona pronto fue invadida por trabajadores de otras regiones en busca de trabajo y mejores condiciones económicas, algunos eran contratados en el ferrocarril, otros se convertían en colonos en los apartados terrenos públicos y algunos en jornaleros. 


A medida que el ferrocarril, construido por la Compañía (UFCO) penetraba hacia el interior, se crearon más de cuatrocientas plantaciones bananeras. Entre 1920 y 1929 la economía bananera experimentó una fase particularmente intensa de expansión ya que las exportaciones se vieron redobladas. Hacia 1929 se embarcaba más de diez millones de racimos de banano desde el puerto de Santa Marta, convirtiendo a Colombia en el tercer gran exportador de banano en América Latina.



La tensión más sobresaliente que se presentó entre la UFCO y el campesinado giró en torno al control de la tierra. La expansión de la economía bananera entre 1908 y 1929 precipitó la privatización masiva de las tierras públicas y la consiguiente expropiación de cientos y tal vez miles de colonos. La presencia de la United Fruit Company estimuló una rápida alza en los valores de la propiedad y un movimiento inusitado en el mercado de la tierra. Las elites locales rebuscaban viejos títulos entre las genealogías familiares mientras otros, de inclinaciones empresariales, buscaban concesiones territoriales de manos del gobierno. La United Fruit Company consolidó gradualmente un total de 60.000 hectáreas de propiedades privadas en la región de Santa Marta. En gran parte por medio de la adquisición de los títulos, cuyos linderos eran muy vagos. De las 60 mil hectáreas solo cultivaba 16 mil y algunas pocas con sembrados de pan coger. La mayor parte de las tierras de la Compañía permanecían virgen.

En razón a la confusión en torno los derechos de propiedad, aquellos colonos que permanecían en la tierra estaban expuestos a ser expulsados en cualquier momento a pesar de que Colombia contaba con una legislación sobre heredades que protegía a quienes se establecieran en terrenos del estado. Las leyes 61 de 1874 y 48 de 1882 eran favorables a la colonización de terrenos baldios, y establecían derechos sobre la propiedad a favor del colono. Estas eran las leyes que los colonos invocaban con el fin de impedir la pérdida de sus tierras.

La construcción de canales de irrigación para abastecer de agua a las plantaciones bananeras, por ejemplo, suscribió la agricultura campesina y la United Fruit Company era quien administraba el agua. Muchos sostenían que la inundación causada por el desvío de los ríos era a propósito con el fin de desalojar colonos de sus terrenos.


En suma, el ingreso de la United Fruit Company en la región de Santa Marta estimuló el surgimiento de un sector de campesinado empresarial, el cual cayó, casi inmediatamente, bajo la presión de la economía bananera en expansión. Cientos de campesinos fueron convertidos en asalariados por medio de la pérdida de sus tierras; aquellos que lograron sobrevivir como campesinos, encontraron restricciones para el acceso a las aguas y para sus operaciones de mercado, lo mismo que para sus reclamaciones sobre la posesión de tierras.

El Partido Socialista Revolucionario


Los más notables organizadores del nuevo partido político de izquierda, fueron Ignacio Torres Giraldo, Francisco de Heredia, Tomás Uribe Vargas, Guillermo Hernández Rodríguez y María Cano, quienes tuvieron que enfrentar la oposición de sectores más radicales que defendían la formación de un partido comunista.
Uno de los fundadores del Partido Socialista Revolucionario, Ignacio Torres Giraldo, hará de agente viajero entre Moscú y Bogotá entre 1920 y finales de los años 1930. En cuanto a Tomás Uribe Márquez, él viajaba entre Colombia, México y Centroamérica.

Asistirá también a la reunión latinoamericana de la Internacional Sindical Roja, realizada en Montevideo en 1929. Participó, como delegado por las directivas obreras del Valle, en el segundo congreso obrero, en los meses de julio y agosto en Bogotá, y fue nombrado presidente del mismo. En este evento se creó la Confederación Obrera Nacional (CON) y se hizo adhesión a la Internacional Sindical Roja, con sede en Moscú; Torres fue aclamado como secretario general de la recién creada corporación. “Por lo general, los dirigentes sindicales de la CON también lo fueron del PSR, no existió una división tajante entre partido y Confederación Obrera y así, el auge del movimiento sindical de los veinte y el crecimiento del socialismo-revolucionario corrieron entrelazados.”

Raúl Eduardo Mahecha, Floro Piedrahita, Julio Buriticá y Ricardo Elías López posan con la bandera de los tres ochos: 8 horas de trabajo, 8 horas de estudio y 8 horas de descanso



Por su parte Raúl Eduardo Mahecha, héroe del sindicalismo colombiano, era el agente activista del Komintern5 soviético en Colombia, obviamente se había unido al Partido Socialista Revolucionario.


Entonces el sindicalismo y el PSR se dedicaron a crear las condiciones para un alzamiento, una insurrección con el fin de derrocar el gobierno y acabar la Hegemonía Conservadora. Como resultado de de la nueva estrategia la Asamblea del PSR en La Dorada, con sus miembros encarcelados por órdenes del Ministro de Guerra Ignacio Rengifo, tomó la decisión de conformar una dirección dual: para los asuntos políticos creo el Comité Central Ejecutivo (CCE) y (el CCC,) para lo correspondiente a la organización insurreccional, el Comité Central Celular (o Comité Conspirativo Central). No fue una decisión alegre y rápida pero si unánime, de la que se desprendieron problemas a corto y largo plazo. Ya lo han anotado los historiadores: En la dirección del CCC quedaron los nueve hombres de mayor autoridad política, en especial Uribe Márquez con un secretariado de tres miembros. El CCE, en cambio, quedó en manos de hombres de poca autoridad.6

El CCC era el organismo encargado de planear el derrocamiento del gobierno mediante sublevaciones populares coordinadas. Los liberales vinculados a la facción militarista del partido, siendo el General Leandro Cuberos Niño el principal entre ellos, participaban también en el trabajo de CCC. A pesar de que era inminente un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha, muchos liberales y conservadores desdeñaron a los revolucionarios como visionarios inocuos y se burlaban de los temores de los conservadores como el Ministro Rengifo.

El Gobierno

Durante el gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930) el orden público se vio gravemente afectado. Gracias a los esfuerzos de la PSR. Se registraba en todas partes el nacimiento de “los comités obreros” y de “ligas campesinas” con una sola perspectiva: la insurrección. Para el gobierno, la situación era delicada pues el Estado no había conocido, hasta ese momento, desafíos de tal carácter y de tal amplitud y carecía de medios jurídicos para manejarlos. Invitó al congreso votar las medidas preventivas, y encargó a su Ministro de Guerra, General Ignacio Rengifo de presentar y defenderla.


El miembro más controvertido del gabinete de Abadía fue el Ministro de Guerra, el General Ignacio Rengifo. 

Había sido gobernador del Valle, magistrado, congresista, diputado y concejal, además comenzó la construcción del muelle en Buenaventura. Rengifo creía firmemente en las prerrogativas de los militares y en su deber constitucional de mantener el principio de autoridad ante cualquier fuerza social que pudiera disputarlo. Hombre de temperamento autoritario, preparado para atacar a cualquier izquierdista que amenazara la paz social, Rengifo, un hombre de acción, era el complemento ideal de Abadía, un erudito político de partido. Una vez en el Ministerio se ocupó en varios frentes, esforzándose por combatir las fuerzas del desorden, fuesen estas los trabajadores en huelga o revolucionarios confesos como Tomás Uribe Márquez, María Cano, Raúl Eduardo Mahecha e Ignacio Torres Giraldo.



Muy motivado el PSR se lanza a la organización de huelgas violentas. En enero nuevamente contra la Tropical Oil Company en Barrancabermeja y la cual estuvo a punta de cortar las comunicaciones y el comercio entre Bogotá y Barranquilla. Otras maniobras y sabotajes son realizados de manera concertada y simultanea, como los incendios de los depósitos de petróleo de la Tropical Oil Company en Girardot.  Para el Ministro de Guerra Ignacio Rengifo, es claro que los promotores del desorden (lossocialistas) “sostenidos bajo cuerda por los restos de la misión supuestamente científica soviética” en alusión a la Misión Científica Rusa dirigida por el profesor Georges Voronoff a quienes acusa de buscar nuevas ocasiones para generar nuevas agitaciones. La última de las exitosas giras de María Cano había sido a Calamar, Cartagena y Barranquilla. Pero los mejores resultados se vieron en su correría por Santa Marta, Ciénaga, Sevilla y Aracataca, ahí fijo su centro de operaciones para seguir a El Retén, Fundación y Tucurinca. Los organizadores de esta segunda etapa fueron los dirigentes socialistas de la Zona, los mismos que posteriormente dirigirían la huelga. En abril de 1928, los desordenes callejeros, donde la actividad del PSR es ampliamente visible, lleva el gobierno adopte medidas de excepción.

María Tila Uribe: La agitación alcanzaba niveles nunca vistos y trataba sobre todo de infiltrarse en los cuarteles. La ciudad estaba literalmente cubierta de carteles socialistas pegados sobre los muros y sobre las puertas de las casas según las instrucciones impartidas”.

Las acciones del gobierno contra personas como Raúl Eduardo Mahecha o Torres Giraldo eran” aletargadas e incruentas”. Había ciertamente un acoso constante a las personas relacionadas con el movimiento, encarcelaciones preventivas y otras violaciones semejantes de las garantías constitucionales. La Ley 69 de 1928





Para comienzos de 1928, los miembros del CCC fabricaron bombas para utilizarlas en el derrocamiento del odiado régimen conservador. Al mismo tiempo, dirigentes conservadores como Antonio José Uribe e Ignacio Rengifo pedía una nueva legislación que les permitiera actuar libremente en contra de los disidentes, sin tomar en cuenta las protecciones a los derechos civiles consagrados en la constitución.

La misma María Tila Uribe, hija del Tomás Uribe Márquez fundador del PSR, admite: “todo se hacía bajo estricta reserva, era imprescindible para sortear la vigilancia de (Ministro) Rengifo y evitar la cárcel, pero también porque el PSR ese año (1928) se convirtió en un partido insurreccional”. Las más grandes decisiones se tomaron en julio (1928) en la Asamblea Nacional del Socialismo Revolucionario. La Asamblea creo las bases organizativas de la insurrección, el tiempo para llevarla a cabo correspondería a los últimos meses de la Hegemonía, la fecha se fijaría en su momento.
                                                                                                    
La otra cara de la estrategia del PSR seguía siendo la abierta. En Frente Único con los grupos liberales de izquierda, adoptaron una serie de tareas para la labor política de masas, nuevas unas o como continuidad del trabajo anterior, otras. La Convención aprobó el viaje de algunas personas a Moscú; designó siete miembros para el ejecutivo y reeligió a Tomás (Uribe Márquez) como Secretario General de PSR, con una nueva y nada pequeña responsabilidad: crear la comisión permanente o núcleo central que organizara la defensa del PSR y diera el paso a la clandestinidad.

A pesar de que, en 1919, el Presidente Marco Fidel Suárez había reconocido el derecho a la huelga, el debate sobre el plan de gobierno para la aprobación de lo que se llamó Ley Heroica llenó los diarios colombianos desde febrero hasta octubre de 1928 cuando finalmente fue aprobada en el Congreso.

El gobierno del Presidente Abadía sancionó el 30 de octubre de 1928 la ley 69, la cual propugnaba regular la actividad obrera y en particular la sindical. Esta ley vedaba que los sindicatos atacaran el derecho de propiedad privada o desconocieran su legitimidad, les prohibía fomentar la lucha de clases y les desconocía el derecho de promover huelgas. La divulgación de escritos, carteles y publicaciones que respaldaron los actos declarados ilícitos por la ley 69, sería sancionada con severidad.15 Ignacio Rengifo había liderado este esfuerzo, argumentando acaloradamente que tal legislación era indispensable para detener una revuelta comunista inminente y la aprobación de una ley de defensa social o heroica era necesaria para “encarar el más grande peligro que la República haya jamás encontrado”.

La organización sindical comenzó a arraigar en el seno de la población rural de Santa Marta hacia mediados de la década de 1920, bajo la influencia del Partido Socialista Revolucionario y de unos pocos anarcosindicalistas de España y de Italia. María Cano a finales de marzo de 1928 había “fijado su centro de operaciones en Santa Marta, Ciénaga, Sevilla y Aracataca, para seguir a El Retén, Fundación y Tucurinca”. Según el activista Ignacio Torres Giraldo, quién había permanecido en la zona, el grupo de colonos era particularmente receptivo a las iniciativas del PSR, y fueron los colonos los que respaldaron la unificación de los asalariados, aprovechando sus estrechos lazos con los trabajadores bananeros. La formación de uniones obreras y ligas agrarias o ligas de colonos comenzó a ser más o menos recurrente.

Entonces militantes del PSR encabezan la huelga contra la United Fruit Company como líderes sindicales. Esta fue dirigida por los más representativos: Sixto Ospino, Adán Ortiz Salas, Aurelio Rodríguez, José G. Russo y Erasmo Coronel. Igualmente por mujeres como Josefa Blanco, secretaria del sindicato de Orihueca. Pero todos seguían fielmente, las instrucciones de Raúl Eduardo Mahecha.

La vinculación de los dirigentes sindicales Mahecha y demás al Partido Socialista Revolucionario da la voz de alerta al gobierno.

General Carlos Cortés Vargas: “La extensa zona bananera está dividida en un gran número de fincas o haciendas, de las cuales alrededor del cuarenta y cinco por ciento son de propiedad de la Compañía Frutera; las demás pertenecen a particulares y son de una extensión varia.


La United Fruit Company de Boston, Massachusetts, poseía casi 60.000 hectáreas de tierra, la mitad cultivables, en el Magdalena. En 1928 la UFCO pagaba a 25.000 trabajadores en el país. Ella controlaba el tren de Santa Marta y sus vías anexas, los muelles bananeros del puerto y los barcos que transportaban los racimos. Además administraban la distribución del agua utilizada en la zona bananera.

Siguiendo las instrucciones del Komintern soviético, Raúl Eduardo Mahecha se hace cargo. Mahecha era, para la época, un avezado negociador y propiciador de huelgas, así como sindicalista experimentado. Recientemente había fundado la Unión Obrera, antecesora de la USO Unión Sindical Obrera. Así radicado en la zona bananera, recorrió agitando a los braceros y trabajadores apoyados por los colonos, que buscaban su justo bienestar ante los atropellos de la United Fruit Company.

Mahecha había instruido a Erasmo Coronel, otro miembro del PSR y delegado sindical a la vez que negociador, un pliego de peticiones de nueve puntos que al parecer se ajustaba bastante a la escasa legislación nacional. Aparentemente buscaba que se diera cumplimiento a la ley colombiana sobre seguros colectivos y obligatorios, accidentes de trabajo e higiene habitacional.


Los nueve puntos del pliego eran:


1-   Establecimiento del seguro colectivo obligatorio con base en las leyes 37 de 1921 y 32 de 1922.
2-   Reparaciones por accidentes de trabajo, según lo establecía la ley 57 de 1915.
3-   Habitaciones higiénicas según la ley 46 de 1918 y descanso dominical remunerado en relación con la ley 76 de 1926.
4-   Aumento del 50% de los jornales.
5-   Desaparición de los comisariatos.
6-   Cesación de préstamos por medio de vales y libertad del trabajador para adquirir los artículos de consumo.
7-   Implantación del pago por semanas vencidas.
8-   Abolición de los contratos individuales y creación de los colectivos con derecho a figurar cada obrero en la nómina de cada mes.
9-   Construcción de hospitales provistos de drogas, instrumental quirúrgico, a razón de un hospital por cada 400 jornaleros y médico por cada facción mayor a 200 jornaleros; también la ampliación e higienización de todos los campamentos por carencia absoluta de profilaxis.

O sea, exigían un aumento salarial del 50 por ciento. Pedían acabar los comisariatos, pago semanal, contratación colectiva, semana laboral de seis días con dominicales remunerados y mayor inversión en salud, pero la mayor queja era el sistema contractual para los trabajadores, que siempre fue considerado como un medio para el incumplimiento de la legislación laboral.

General Carlos Cortés Vargas: El reclamo principal y único se hacía no contra los cultivadores particulares sino contra la Compañía; ésta tiene empleados de varias categorías que podemos llamar de nómina y son los mayordomos o mandadores, apuntadores de tiempo y los empleados de contabilidad y control; fuera de estos hay un reducidísimo número de asalariados que desempeñan las funciones de cuidadores de bestias, sirvientes de mesa, jardineros, etc; el resto, Comisariato de la United Fruit Company en Ciénaga o sea, la gran masa, no puede considerarse como jornaleros desde el momento en que sus labores se hacen a destajo, o sea por contratos.”

Para cada una de las labores requeridas, la United Fruit contrataba un empresario, quien debe responder por su obra y es quien a su vez emplea un subcontratante quien suministra las cuadrillas de trabajadores. Aducía no se encontraba en la obligación de pagar las prestaciones sociales previstas en la legislación nacional ya que no era un empleador directo pues manejaba contratistas y subcontratistas. Esta posición había sido reforzada por una disposición del Ministerio de Industria de 1925, según la cual,

“dado que los cosechadores de banano trabajaban con base en contratos individuales, técnicamente no eran empleados de la compañía”. Esta disposición confería el derecho de desacatar las leyes laborales colombianas20. Los colombianos vivían en condiciones inferiores a los extranjeros. La jornada de trabajo era de hasta 18 horas. Algunos trabajadores se apoyaban en la colaboración de sus hijos, pero los niños no recibían remuneración alguna. Los accidentes de trabajo eran frecuentes y mal atendidos.

La United Fruit Company pagaba $5 pesos por día y por obrero al empresario, el cual pagaba $3.50 al subcontratante. Finalmente, el obrero recibía $2 pesos. Aunque superiores a otros sectores de la agricultura, estos salarios eran pagados en bonos que obligaban al obrero a comprar sus provisiones en las cooperativas de la empresa.

General Carlos Cortés Vargas: La United Fruit tiene establecidos comisariatos, o sea almacenes de venta al por mayor y al por menor de artículos alimenticios y mercancías propias para los obreros de la zona bananera. Asimismo, beneficia ganado y vende la carne a razón de quince centavos la libra. En los comisariatos se venden los víveres a un precio tal que no hagan competencia a los comerciantes al detal que compran al por mayor en los mismos comisariatos el arroz, la azúcar, la papa y demás elementos que la Compañía importa de los Estados Unidos. El interés de la Compañía al organizar estos comisariatos está dividido entre la utilización del tonelaje de su flota de regreso de los Estados Unidos y de Europa, y el de mantener un nivel bajo en la subsistencia de los trabajadores para, consecuencialmente, no verse obligada a subir indefinidamente los salarios.

Una vez llegado a Santa Marta, Cortés supo que los comerciantes de Santa Marta habían estado financiando la huelga con el fin de acabar los comisariatos de la UFCO y así lograr vender ellos, las mercancías y alimentos que requerían los miles de trabajadores de la zona.

General Carlos Cortés Vargas: La Compañía usaba pagar el valor de sus contratos por medio de vales que eran cambiados por mercaderías en los comisariatos. Este sistema se prestaba al agio entre los tenderos y otras personas. Acontecía que un obrero recibía una suma de pesos representada en vale y en vez de adquirir con él elementos de subsistencia o prendas de vestir para sí o para los suyos, una vez adquiridos unos y otros, los vendían a menos precio con el objeto de hacerse a dinero contante.

La Huelga

La huelga de las bananeras fue una operación vasta, violenta y complicada. En ningún momento se podrá considerar como espontánea y pacífica. Fue preparada deliberadamente con meses de anticipación para generar un levantamiento, una insurrección. El sindicalismo manejado por el Partido Socialista Revolucionario se encargó del pliego de peticiones, organizó la huelga y se apoyó en los colonos quienes influenciaban a los jornaleros.

Y la verdad es que Mahecha no estaba solo, tenía a Erasmo Coronel como subordinado y a su lado se encontraba también Augusto Durán. Con él está el francés Octave Rabaté, alias Austin, y el estadounidense Joseph Kornfeder, alias John Sacks, dos auténticos agentes del Komintern, quienes actuaban como asesores de Durán. Según las autoridades de Santa Marta, otros dos operadores extranjeros trabajaban con Mahecha: Girón, un mexicano y Lacambra, un español. Un tercer hombre es Christian Vengal, quien será detenido unas horas en Ciénaga, antes de ser liberado bajo presión de la calle.

Finalmente, la United Fruit Company se negó al pliego y se basó en la recién expedida Ley 69. Entonces el 12 de noviembre los trabajadores entran en huelga.

“Constancia”

Los obreros de la Zona Bananera están dentro de la ley. No hay una sola disposición que venga a impedir el hecho de la huelga, desde luego se han cumplido los mandatos del derecho.

La United Fruit Company, no cumple una sola de las leyes de Colombia referentes a los tratos y contratos con los trabajadores, declarándose en abierta rebeldía, como lo han pretendido hacer muchas otras compañías extrajeras, como la que pretende apoderarse de las ricas regiones del Catatumbo, en Santander, para cercenar lo más precioso de Colombia y fundar una república petrolera.

Los obreros de la Zona Bananera en cambio acatan todas las leyes que rigen en el país, como ya está probado, y hoy al declararse en huelga, lo hacen por vindicar sus derechos, conculcados diariamente por la poderosa Compañía Frutera, que ve con indiferencia al obrero agotarse por las ulceras, el paludismo tropical, la tuberculosis y otras enfermedades, sin que un sentimiento de humanidad la mueva a cumplir la legislación obrera de la República y a indemnizar a sus víctimas con una salario que en parte mitigue el hambre y la miseria, que son el legítimo patrimonio de sus fincas de banano.

Esta huelga es el fruto de dolor de miles de trabajadores explotados y humillados día y noche por la Compañía y sus agentes: esta huelga es la prueba que hacen los trabajadores de Colombia para saber si el Gobierno Nacional está con los hijos del país, en su clase proletaria, o contra ella y en beneficio exclusivo del capitalismo norteamericano y sus sistemas imperialistas.

 ¡Vamos todos a la huelga!

El lema de esta cruzada debe ser “Por el obrero y por Colombia”.

El obrerismo del Magdalena excita a todas las organizaciones proletarias de Colombia y a la prensa independiente y altiva a solidarizarse con este movimiento, que es un grito de justicia salido de lo hondo del corazón sufrido de los trabajadores de la Zona Bananera, en demanda de pan y justicia.

En consecuencia, queda decretada la huelga general, desde la seis de la mañana del día de hoy, hasta ser oídos y aceptados sus delegados y sus pedimentos por la United Fruit Company. Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena. El Comité Ejecutivo.

Ciénaga, noviembre 12 de 1928.

Hacia 1925 se había establecido la primera unión sindical, la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena, la cual agrupaba tanto campesinos como proletariado rural de la zona bananera. Aunque apoyó las peticiones de los colonos amenazados con el desalojo, sus esfuerzos principales se dieron en organizar la huelga general contra la United Fruit Company.

El momento de la huelga no hubiera podido ser peor. El año anterior, miembros del Partido Socialista Revolucionario y del CCC habían almacenado febrilmente municiones para utilizarlas en la inminente sublevación. Para abril de 1928, existía un plan según el cual los miembros del CCC declararían la huelga general y realizarían acciones militares coordinadas contra el gobierno. Los revolucionarios tenían tal fe romántica en el carácter inevitable del levantamiento del proletariado, que hablaban incesante y abiertamente acerca del nuevo orden inminente. A comienzos de 1928, “Leonilde Riaño, La Flor Roja de Cundinamarca”, advirtió a las mujeres colombianas que se prepararan para marchar al lado de sus hombres “en la revolución que se aproxima”.

Reacción del Gobierno

Los miembros del gobierno de Abadía tomaron las amenazas revolucionarias en serio. A comienzos de 1928, el Ministro de Industria Montalvo habría dicho:

Estoy convencido de que el comunismo en Colombia está próximo a estallar”.

La prensa conservadora informa: "un frente bolchevique se está formando en la zona bananera".
de inmediato envió un telegrama a Abadía Méndez donde decía: “la situación revolucionaria aquí es extremadamente peligrosa”. Abadía y su Ministro de Guerra, Ignacio Rengifo consideran estar afrontando una conspiración comunista. Determinan a la luz de la recién sancionada ley Heroica, el derecho a la huelga estaba prohibido, por lo tanto, era ilegal, así que declararon turbado el orden público. Raúl Eduardo Mahecha y los dirigentes de la huelga incluido Alberto Castrillón, un agitador y orador virulento, recién llegado de Moscú, se encargaron de enrarecer el ambiente llegando a presentarse algunos desordenes menores y algunos destrozos en propiedad privada. A pesar de ser varios los miles de trabajadores movilizados por órdenes de Mahecha, son una minoría de los 32 mil obreros de la zona. 

El General Carlos Cortés Vargas

Había nacido en 1882. Cursó humanidades en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario e ingresa al ejército del gobierno al estallar la Guerra de los Mil Días. En 1902 es ascendido a teniente coronel.

En 1909 ingresa como alumno a la Escuela Superior de Guerra y dos años después obtiene el título de Oficial de Estado Mayor y es nombrado comandante de batallón. En 1914 entra al Estado Mayor General como jefe de una sección del Departamento de Historia y luego es trasladado en 1918, de teniente coronel, como comandante del Regimiento Nariño de la guarnición de Barranquilla. Para 1918 se le nombra subdirector de la Escuela Superior de Guerra y al año siguiente con el grado de coronel es comandante del Regimiento Sucre No.2 en el Departamento de Boyacá. En 1920 se le confiere la jefatura del Departamento de Historia del Estado Mayor General hasta 1926. Ese año dicta la cátedra de historia y geografía de Colombia en la Escuela Superior de Guerra. En 1927 es enviado como agregado militar a la Legación de Colombia en Chile. En 1928 es ascendido al grado de general de brigada y asignado a la Jefatura del Estado Mayor del Comando de la II División con sede en Barranquilla, donde el 12 de noviembre lo sorprende la orden de trasladarse a la Zona Bananera como Jefe de la Plaza de Santa Marta.



El Ministro Rengifo nombró al General Carlos Cortés Vargas Comandante Militar del Magdalena el mismo 12 de noviembre según telegrama que a la letra dice:

Ministerio de Guerra. Bogotá, noviembre 12 de 1928. Oficial. Número 14837. Orden Público. Comandante División. Barranquilla

Sírvase disponer General Cortés marche inmediatamente Santa Marta como jefe Plaza, zona bananera, para que de acuerdo Gobernador determine empleo tropas a fin de apoyar autoridades, fuerza policía ampare trabajadores pacíficos están siendo hostilizados e instigados por revoltosos actúan zona. Un batallón de Regimiento esa debe despachar mayor brevedad posible a reforzar compañía destacada en Ciénaga, seleccionando oficialidad y dotándolo lo mejor posible….

El desarrollo de las instrucciones que preceden queda a su claro criterio y a sus capacidades nunca desmentidas, y probadas en todos los campos de la actividad militar. Para los cometidos y actividades a que hubiere lugar usted cuenta con las fuerzas acantonadas en las guarniciones de Ciénaga y Santa Marta, las que le envíe de Cartagena y de otros lugares, que quedan bajo sus órdenes.

Muy atentamente,
Justo A. Guerrero

General y Comandante General

Cortés Vargas en el teatro de operaciones

El Cuartel militar en Ciénaga se convirtió en su Cuartel General y Centro de Operaciones. Los cultivadores ejercían presión sobre el gobernador José María Núñez, con el fin continuar con el corte y recolección de fruta y este a su vez presionaba al General Cortés con el fin de que éste diera las garantías necesarias.
Desde su llegada a la Zona Bananera, Cortés Vargas encontró que gran parte de la vía férrea se hallaba llena de huelguistas y que en algunos tramos estaba obstruida. Encontró que la mayoría de trabajadores eran obligados a parar, a pesar de sus deseos en continuar las labores.

Mujeres como Josefa Blanco, secretaria del sindicato de Orihueca, quien bajo su responsabilidad tuvo a 100 obreros, con ellos vigilaba que no hubiera corte de racimos de bananos y emboscó y redujo pequeños grupos de uniformados que luego llevaba al comité de huelga para hacerlos reflexionar si era el caso, o sacarles información o juzgarlos. Otra mujer olvidada fue Petrona Yance, la más destacada de entre 800 mujeres que participaron en la Huelga.

María   Tila    Uribe    admite   que   hubo    antes   y    después   de    la    supuesta               matanza, “enfrentamientos y combates”, que los huelguistas habían preparado “acciones armadas y de fuerza”, que disponían de bombas y armas, que:
                                                                                              
había por lo menos 10 mil hombres armados de machetes y que algunos grupos de huelguistas disponían de fusiles”. Afirma la hija de Tomás Uribe Márquez que ciertos activistas realizaron “operaciones de sabotaje contra los trenes que transportaban tropas y los trabajadores enganchados para romper la huelga”. Que la huelga tenía una dirección secreta la cual había dividido la zona de las bananeras en 63 secciones para mejorar las operaciones.

El General Cortés Vargas trató de dialogar e interceder con las partes en conflicto y calmar los ánimos.

36 General Carlos Cortés Vargas: “El día 15 (de noviembre) se presentaron a nuestro alojamiento (en Aracataca) los señores José Montenegro, (Erasmo) Coronel, (Nicanor) Serrano, y (Pedro M.) del Río junto con numeroso grupo de obreros ansiosos de presenciar la conferencia. El resultado final de la conferencia era que habían puntos que en realidad no eran de la competencia de la compañía sino del resorte del legislador y otro como el de la supresión de los comisariatos que era un punto inaceptable para ellos y que no entendían por qué razón sus dirigentes y abogados lo habían consignado en el pliego de peticiones. Una vez discutidos los diferentes puntos se llegó a la conclusión de un arreglo amistoso ya que el General Cortés intercedería ante la United Fruit para que los puntos acordados fueran aceptados por la empresa. “Los delegados manifestaron que en ese mismo momento irían a reunir la Asamblea ejecutiva con el fin de que nosotros personalmente expusiéramos ante ella los motivos por los cuales se rechazaban algunos puntos y se adoptaban otros. Quedó convenido que a las cinco de la tarde de ese día vendrían los delegados para conducirnos a la Casa del Pueblo con el fin antes indicado. A eso de las 6pm se aparecieron los tres delegados obreros cabizbajos y mohínos (José Montenegro, Erasmo Coronel, y Nicanor Serrano) a informarnos que no era posible llevarnos al local de la Asamblea ejecutiva por cuanto dicha corporación ya se había disuelto. Uno de ellos, más sincero que los otros nos dijo: Vea señor General, nosotros no tenemos poderes sino para aceptar los nueve puntos sin modificación alguna. Al reclamarles, ellos nos dijeron: “Señor, el Gerente de la Compañía frutera se niega en recibir a los trabajadores colombianos que desean hacerle un justo reclamo.” (Aparentemente el punto de los comisariatos se había incluido en el pliego de peticiones por presión de los comerciantes de Santa Marta, quienes financiaron la huelga.)

Cortés Vargas ordenó llamar de inmediato al Gerente, Thomas Bradshaw y concertó una reunión con los delegados.

Esa noche un telegrama del Ministro de Guerra llegó a Cortés Vargas indicándole que los cabecillas o agitadores comunistas empezando por Raúl Mahecha debían ser detenidos con los demás dirigentes comunistas; en Santa Marta, José Montenegro, Mariano Lacambra, Jesús Nieto; en Ciénaga, F.V. Russo, J. Nicolás Betancourt, J. Restrepo; en Riofrío, D. Pérez, M. Pavajeau, Santander Salas; en Sevilla, Álvaro Girón; Guacamayal, M.F. Morales, Carlos Calderón, Pantaleón Charris; en Aracataca, Hugo Martínez, Miguel Muñoz, Domiciano Bedoya, secretario de propaganda, Isabel López, Juana Munive, Rosaura Santa Elva, Filomena Palmarino, Roque Nieto, M. Polio Infante, Alberto Yonson y Soler Martínez. Orden que Cortés transmitió a las diferentes autoridades municipales y de policía con el fin de dar cumplimiento.

Las reuniones acordadas por el General Cortés, se celebraron en la gobernación, con el señor Thomas Bradshaw gerente de la United Fruit, contaron además con la presencia del gobernador del Magdalena, José María Núñez y los secretarios de Hacienda y Gobierno y los sindicalistas negociadores, Erasmo Coronel, Pedro M. del Río y Nicanor Serrano pero no dieron resultado. Los negociadores permanentemente debían salir del salón a conferenciar con algún desconocido asesor, localizado en el exterior.

General Carlos Cortés Vargas: “Entretanto que las conferencias seguían su curso, los obreros en huelga no perdían el tiempo y se seguían organizando bajo el mando del conocido cabecilla comunista Raúl Eduardo Mahecha. De los cuarenta mil obreros que habitualmente trabajan en la zona bananera, una gran mayoría estaban ansiosos de reanudar trabajos, más los revoltosos por la fuerza se lo impedían. El Comando de las fuerzas no tenía suficientes hombres disponibles para dar garantías a los propietarios de las fincas de toda una región tan extensa como densamente poblada.
Durante los treinta días que dura la huelga, Mahecha y sus hombres se dedicaron a hacer destrucciones y atrocidades. Los huelguistas llamaron a mítines permanentes y creció la tensión. Las posteriores tentativas de conciliación fracasaron.

Los huelguistas en Ciénaga


4 de diciembre

Cortés ordenó la salida de los trenes de recolección de fruta con escoltas militares a partir de la 11am. Una de las escoltas al mando del Teniente Ernesto Botero, del Regimiento Nariño, tenía la misión de proteger el corte y recolección en la hacienda Villavicencio”, de propiedad de Eduardo Noguera, situada en las inmediaciones del caserío de Sevilla.

General Carlos Cortés Vargas: A eso de las tres de la tarde nos llamó el Teniente Botero desde la finca Villavicencio y dijo que un gran grupo de amotinados lo amenazaban; le ordenamos cumplir las órdenes terminantes que tenía y lo alentamos a hacerse respetar. Serían las cuatro y media de la tarde cuando llamó el Teniente Botero, cuál sería nuestra sorpresa al oírle relatar que le habían arrebatado la escolta. Sus hombres habían caído prisioneros de los huelguistas y estos se los llevaron para Sevilla.

Los amotinados al sorprender en el patio de la casa de la finca Villavicencio al Teniente Botero y envolver sus tropas, se deshicieron del oficial apartándolo sistemáticamente de sus hombres sin que a este señor se le ocurriera hacer uso del arma de defensa personal que portaba. Los soldados y el sargento envueltos por la muchedumbre y aislados los unos de otros no se atrevieron hacer uso de sus armas por temor a herirse entre sí y porque según dicen, el oficial grito al sargento: “queda encargado.” Eduardo Noguera fue aprisionado al tiempo con la tropa que había ido a su finca a darle garantías; en la Plaza de Sevilla fueron recibidos los prisioneros con las mayores muestras de regocijo. En una de las aceras de la plaza sentaron a los 25 hombres custodiados por algunos centenares de amotinados armados de machete. De inmediato, Cortés dio la orden de concentrar todas las tropas en la Estación de Sevilla con el fin de rescatar los secuestrados. El General Cortés a las cinco pm tomó un autoferro y tardó 45 minutos en llegar a la Estación de Sevilla.

General Carlos Cortés Vargas: “Al desembarcarnos en la Estación de Sevilla, el Capitán Julio Guarín se nos acercó y dio parte con la novedad de haber rescatado los veinticinco soldados con sus respectivos fusiles. Los amotinados recibieron la noticia que llegaba el ejército al rescate y en esas el Capitán Guarín ingresó a la plaza con diecinueve hombres y algunos agentes de policía departamental.  Al aproximarse a los prisioneros les ordenó formar, orden cumplida de muy mala gana haciendo necesaria toda la energía del Capitán Guarín para hacerse obedecer. Una vez incorporados los hombres con su tropa, el Capitán Guarín regresó a la Estación de Sevilla sin novedad.

Tras mucha presión, el alcalde de Ciénaga libró orden de captura contra Cristian Vengal, un maquinista jamaiquino del ferrocarril y quien tenía agitada la muchedumbre en Ciénaga. Había estado regando el rumor (rumor totalmente falso) que el Gobernador Núñez con Thomas Bradshaw se dirigían para Ciénaga a negociar con los trabajadores. En poco tiempo fue aprendido.

Rafael Quintero: “A las cinco o seis de la tarde se paró el primer tren de fruta que se dirigía a Santa Marta y vi personalmente que en la Estación de esta ciudad un número considerabilísimo de mujeres con niños en brazos y hombres que se tiraban en la línea y decían pásenlo sobre nosotros. El maquinista se cansaba de pitar, pero nada conseguía, ni uno se movía y había en los alrededores de tres a cuatro mil trabajadores. Que este número fue creciendo gradualmente con todas las gentes que llegaban de Orihueca, Riofrío, Sevilla, Guacamayal, El Retén y fueron suspendiendo uno a uno los trenes que llegaban conduciendo fruta, en medio de una algazara extraordinaria.

5 de diciembre

General Carlos Cortés Vargas: Con la primeras luces del día 5 de diciembre cobraron mayores ánimos los amotinados: se hicieron dueños de la plaza de mercado y no dejaban vender sin orden del comité ejecutivo; los productos de quienes consideraban sus enemigos, fueron arrojados al caño donde atracan los barcos, las tropas no pudieron proveerse de carne; la ciudad estaba prácticamente en manos de un sóviet de gente irresponsable; todos eran dirigentes, según decían, cuando se les preguntaba de donde emanaban esas órdenes.” y explica la importancia en defender la población de Ciénaga: En el cuartel de Ciénaga había una gran cantidad de elementos de guerra que era preciso defender no obstante que la fuerza de que disponíamos para la defensa de la ciudad era muy escasa: un batallón del Regimiento Córdoba, mitad recluta y mitad antiguos, y una compañía del Regimiento Nariño, en total 300 hombres. A medida que el día avanzaba, el movimiento iba tomando mayor intensidad; grupos compactos desfilaban por frente los cuarteles con aire desafiante, algunos individuos llegaron hasta llamar a los números de la guardia para preguntarles si eran reclutas o antiguos los soldados y cuántos había; ya no ocultaban que esa noche llegarían todos los camaradas de la zona a reforzarlos, antes, por el contrario, lo decían en voz alta.

Esa mañana en Orihueca, los productores recibieron una invitación del General José Rosario Durán de Aracataca para una reunión que debía tener lugar en Santa Marta. Con ese fin Milagros Duque, Luis V. Gámez, José María Fragoso, Emiliano Ballesteros y Pablo Salas entre otros, tomaron el tren en el que todos los productores irían a Santa Marta con el fin dialogar con el Gobernador y el Gerente de la UFCO y así terminar la huelga. El tren los recogió a las cinco y media de la tarde en Orihueca y se dirigieron a Santa Marta.

Capitán Julio Guarín: El (día) cinco fue visible de agitación entre los huelguistas, pues se preparaban en verdaderas legiones a seguir a Ciénaga, según se rumoraba. Con efecto: a eso de las tres de la tarde desfiló delante del balcón en el que me encontraba instalado, una crecida multitud, en filas organizadas, todos con machete en mano y precedidos de un pabellón rojo. Muchas mujeres cerraban el desfile. Un poco más tarde pasó un verdadero batallón de huelguistas procedente de Guacamayal.

Ese mismo día el alcalde de Ciénaga, en quien Cortés desconfía por sus proximidades con los sindicalistas, envía un oficio solicitando hacer despejar la vía férrea ocupada por huelguistas, “que impide la salida de los trenes”. Al ordenar las tropas cumplir con el despeje, los huelguistas se retiraban, pero para ubicarse en otro sector, libre de vigilancia. Los maquinistas y fogoneros, ya en complicidad con los huelguistas o amedrentados por ellos, se ocultan. Toda Ciénaga era patrullada por grupos de amotinados que infundían el terror entre los habitantes.

A las ocho de la noche llegó a Ciénaga el tren con los delegados que iban para Santa Marta.

General Carlos Cortés Vargas: Los amotinados se tendieron sobre la vía férrea, desengancharon la locomotora e hicieron apear los pasajeros. Aquello fue un verdadero asalto, la confusión y el desorden que produjo la llegada de aquel tren fueron espantosos; para evitar fatales consecuencias se ordenó el retiro de las tropas a sus cuarteles, los amotinados quedaron de nuevo dueños de la estación.

Milagros Duque: “Al llegar (el tren) a Ciénaga el movimiento armado lo detuvo y haciendo desenganchar el carro, decían que el tren no podía pasar para Santa Marta porque ellos ordenaban, los huelguistas, dirigidos por Raúl Eduardo Mahecha, Castrillón, José Russo y Cristián Vengal. Ese tren llegó a esta ciudad como a las ocho y media de la noche, desde esa hora hasta las once de la noche estuvimos deliberando de dirigirnos para Orihueco a pie. Esta resolución la tomamos porque oímos discursos de Mahecha y Castrillón en los que se decía que el gobierno estaba podrido de raíces y que a la vista estaba el miedo que tenía por la misma opresión en que vivía el obrero, que era el único, que dignamente le haría saber de cuánto era capaz el comunismo en esta región y del país entero y que por eso mismo se sentía tambaleante. Castrillón hablaba más o menos lo mismo y agregaba que el comunismo que había traído de Rusia triunfaría en Colombia…

Luis V. Gámez: “Llegando a Ciénaga como a las seis y media, los huelguistas dueños y señores, impidieron que continuara la marcha el tren y fuimos sacados de los carros de la manera más brusca y grosera por los huelguistas. Resolví regresar a pie a Orihueca, pues no se encontraba vehículo debido a que todo estaba paralizado por los huelguistas, esto en asocio con los señores Milagros Duque, Emiliano Ballesteros, José María Fragoso y Pablo Salas, salimos a las diez de la noche; en la finca La Palma fuimos hechos presos por una cuadrilla de más de dos mil bandidos, que de la manera más infame y cobarde nos querían asesinar después de estar amarrados, vejados y maltratados, en toda forma; solo la Providencia de Dios y algunos amigos y entre ellos estaban Abel Rodríguez que de la manera más enérgica protestaba ante la multitud de que se cometiera tan salvaje crimen. Presos y amarrados fuimos obligados a seguir a Ciénaga donde esta multitud se dirigía hechos unos leones y dispuestos a terminar con todos los que no fueran amigos de ellos. En los playones de Agua Coco nos vimos cara a cara con un grupo de cuatrocientos huelguistas más o menos entre los que venía Mahecha, Castrillón, Russo, otros tantos; en este lugar Mahecha manifestó a la turba que nos tenía presos, se volvieran a Riofrío donde darían el primer combate, pues en Ciénaga habían matado sesenta camaradas y que debían vengarlos a toda costa…”

Julio Charris, Director de El Diario del Caribe, un periódico amarillista y favorable a los huelguistas y el cual con sus artículos había caldeado los ánimos durante estos días, se dirigió a la alcaldía a exigir la libertad de Cristian Vengal, so pretexto de que las masas no dejarían partir el tren con los delegados para Santa Marta si no era conducido por el mismo Vengal.

El Alcalde cede y Vengal es liberado y se dirige hacia Santa Marta con la comisión pacifista.

Los informes que recibe el General Cortés son desalentadores. De Santa Marta recibe información que:

“huelguistas están armándose para atacarlos a ustedes, que todo el material rodante, maquinas, motores; ferrocarril está poder ellos, que número es abrumador.

De Aracataca el Capitán Fernández informa “en este momento siguen obreros armados a esa población (Ciénaga), de Riofrío, Sevilla y otros lugares, objeto asaltar cuartel”. El movimiento de amotinados, armados de machetes, revólveres y escopetas ya se había iniciado en toda la Zona con dirección a Ciénaga.

Ya el gobierno nacional le había ofrecido tropas de refuerzo y le ordenaban concentrar las tropas en puntos estratégicos.

A las cinco de la tarde recibió el siguiente telegrama que a la letra dice:

No. 15824. Ministerio de Guerra. Bogotá, diciembre 5 de 1928. General Carlos Cortés Vargas

Refiérome sus telegramas de anoche y el de hoy que acabo de recibir. Compláceme hayan sido rescatados soldados y armas cogidas por huelguistas. Hoy firmase decreto ejecutivo declarando en estado de sitio Provincia de Santa Marta y nombrando a usted Jefe Civil y Militar de la misma.

Se vienen los yanquis

A pesar de que el General Cortés le aseguró personalmente al gerente del Ferrocarril, quien le visitó en el cuartel de Ciénaga por encargo de Thomas Bradshaw, la puntualidad en garantizar las vidas y propiedades de los extranjeros, fue informado que dos buques estadounidenses, el crucero USS Des Moines y el acorazado USS North Dakota, se encontraban fondeados frente las costas de Santa Marta. Julio Cuadros Caldas ahonda más en el asunto y escribe:

“Al mismo tiempo el Gerente, Mr. Bradshaw, le   notificó oficialmente a Cortés Vargas que sí él no podía garantizar la vida de los americanos en la zona, él, Bradshaw, pediría por telégrafo al gobierno de Washington el desembarque de marines. El señor MacDonald superintendente de la United en Aracataca, dijo al Capitán Guarín que acaba de oír por radio que varios barcos americanos, de la zona del canal estaban al pairo cerca de Santa Marta esperando órdenes.

Un par de días después, Cortés pudo confirmar sus mayores temores, ¡los gringos iban a desembarcar tropas! The New York Times del 7 de diciembre tenía un despacho que afirmaba:

“…el Secretario de Estado Kellogg entendía que el gobierno colombiano era totalmente capaz de mantener el orden y no contemplaba solicitar a la Armada desembarcar Marines para proteger vidas estadounidenses y sus propiedades...

Para que no quepa duda de la gravedad de la situación con la presencia estadounidense, copia del telegrama que se encuentra en este documento, fue enviado el 6 de diciembre de 1928 por el Cónsul de los Estados Unidos en Santa Marta al Departamento de Estado en los Estados Unidos y a la letra dice:

URGENTE 5 AM diciembre 6 Anoche fue declarado el Estado de Sitio en la Zona Bananera y Provincia de Santa Marta. Hubo demostraciones contra el gobierno, las cuales fueron dispersadas por unas pocas tropas. Los sentimientos en contra del gobierno por parte del proletariado y las tropas son muy altos y está en duda que podamos depender del gobierno colombiano para protección. Puedo respetuosamente sugerir, que mi solicitud para un buque de guerra estadounidense, colocado en las cercanías, sea otorgada y que éste esté pendiente de mi llamado y que la estación inalámbrica de la United Fruit utilice las siglas UJ pues estamos sin comunicación telegráfica y no existe otro medio de comunicación con Santa Marta. Se ha admitido que el carácter de la huelga ha cambiado y que los disturbios son una manifestación de tendencia subversiva.
A  pesar  de  las  negativas  de Secretario Kellog de una intervención en Colombia y la explicación dada por el Embajador estadounidense, Jefferson Caffery, sobre la presencia de un buque de la Armada estadounidense en nuestras aguas, nosotros los colombianos (recordar Panamá en 1903) y los latinoamericanos en general (recordar México, Nicaragua, Guatemala, Chile, República Dominicana, Cuba etc.), sabemos con seguridad y por experiencia, que una nave de estas características, de esa bandera, y en esos momentos históricos (la diplomacia de las cañoneras), no llegaba a nuestros territorios con fines pacíficos.

General Carlos Cortés Vargas: “La soberanía nacional estaba amenazada, era inminente el desembarco de tropas norteamericanas“. Y agrega que “los barcos estaban como se dijo oportunamente, al pairo sobre nuestras costas y en dos o tres horas, hubieran arribado al puerto y ocupado el puerto, la ciudad y la zona bananera.”

Al llegar la noche, los ahora amotinados detuvieron un barco que salía para Barranquilla, ultrajaron a los pasajeros y los pusieron en tierra.

“El señor Israel Cruz vino a nuestro despacho a informarnos que a don Atilio Correa, rico propietario y persona pacífica y altruista, lo estaban maltratando los amotinados después de haberlo hecho desembarcar. Por fortuna estaba presente el Alcalde, a quien excitamos para que fuera a libertar al señor Correa.”

El Secretario de Gobierno, Lázaro Díaz Granados llegó por mar a Ciénaga a recoger su familia en vista de lo inminente del peligro que amenazaba la ciudad, varias familias

aprovecharon la coyuntura y, no sin grave riesgo para sus vidas, fueron a Pueblo Viejo a tomar una lancha. Los amotinados persiguieron los automóviles, más cuando llegaron a la playa ya la embarcación había zarpado. 

A partir de entonces los huelguistas se desbocan: atacan a los empleados colombianos y estadounidenses y sus familias y amenazan con quemarlos vivos en sus casas. Golpean y encarcelan a cultivadores y comerciantes. Matan a tiros a Margarita Corzo, de 25 años, la esposa de Anselmo Corzo, un contramaestre de la hacienda Normandía en Orihueca (Sevilla) y luego asesinan a su hermano, Luis Corzo. Su casa es saqueada y Anselmo Corzo es obligado a huir (el será declarado desaparecido más tarde).

Agregar leyenda
Saquean e incendian otras casas, los despachos, los almacenes, los talleres, las bodegas, los establos y los campamentos de la United Fruit. En total son 39 los edificios demolidos. La mayoría de las líneas telegráficas y telefónicas de la región son cortadas y varios trozos del ferrocarril son destruidos.

Las pérdidas asciendan a US$800.000 de la United Fruit, US$300.000 de particulares y US$150.000 del ferrocarril. El plan de acción de los agitadores parecía no tener falla. Grupos armados y bien coordinados atacan las patrullas del ejército y logran desarmarlas, antes de adueñarse de las locomotoras y sus cargamentos. Al mismo tiempo los agitadores empujan la muchedumbre a fraternizar Destrozos en la oficina de Agricultura por huelguistas       con los soldados, para incitar en estos cambiar de bando.  Alberto Castrillón, uno de los       más ardientes agitadores “antiimperialistas” de la insurrección, hablaba en los mítines sobre la constitución de los sóviets en la región. Él difunde el rumor que el ejército no disparará sobre los manifestantes pues “él está con los huelguistas”.

El primer objetivo de los huelguistas es paralizar la producción. Empiezan por echarse sobre los obreros de base. Organizados en pequeños grupos, los activistas fuerzan a los obreros a parar el trabajo y a seguirlos bajo amenaza de ser golpeados con garrotes o machetes. Otros grupos más numerosos se adueñan de las locomotoras y el ferrocarril. Otros distribuyen octavillas y, sobre todo una hoja destinada a los soldados, impresa por Mahecha en una tipografía portátil. Queriendo proteger los trenes que llevaban bananos hasta Santa Marta, Cortés fracciona sus tropas en pequeños grupos, lo que facilita al comienzo la labor de los asaltantes, superiores en número.

El 5 de diciembre, un grupo de doce agentes de Policía que había sido despachado a Sevilla con el fin de brindar protección a una docena de estadounidenses y dos colombianos hostigados por los huelguistas, es cercado en la estación por una muchedumbre de 800 huelguistas. Algunos armados de fusil. Frente a la negativa de los uniformados en entregarse con armas y uniformes, los sitiadores abren fuego. Es el comienzo de un combate que durará 10 horas en el que el teniente morirá. Igual suerte corre el delegado sindical y negociador, Erasmo Coronel. Tras diez horas, llega el ejército al mando del Capitán Luna, el cual dejará en persecución de los huelguistas, otros 29 muertos. El general Rengifo ordena al Cortés Vargas reagrupar sus tropas y fuerzas de policía, con el fin de enviar contingentes mayores a los lugares más amenazados. Estos impedirán otras matanzas, liberarán a civiles y soldados cercados o apresados y retomarán el control de los trenes.

Acorralados, los huelguistas se reagrupan y conforman una muchedumbre de 3.000 hombres armados que marchan sobre Ciénaga, población de apenas 27.000 habitantes, donde ya 2.500 huelguistas armados con machetes se han tomado la estación. La orden de Mahecha es desarmar a los militares que protegen las locomotoras, incendiar los depósitos y cortar las cabezas de los productores y de los contramaestres.

Después de saquear Ciénaga, Mahecha pensaba marchar sobre Santa Marta, un puerto muy mal protegido. El gobierno nacional declara el estado de sitio en la zona bananera y ordena a Cortés Vargas hacer cesar rápidamente los desórdenes.

A los huelguistas en la estación de Sevilla, el General Vargas intima para que se dispersen. No puede permitir que la muchedumbre de 3.000 hombres armados, que ya marcha sobre Ciénaga, alcance a los 2.500 huelguistas en la estación. Al menos que hubiera una verdadera masacre, un gentío de ese tamaño fácilmente coparían las tropas y se tomarían la población y los cuarteles.

La Masacre

En los cuarteles solo quedaron las guardias, pues se requería de un número elevado de tropas para no ser copados y desarmados por los manifestantes. Las tropas marcharon hacia la estación del ferrocarril encabezadas por el general Cortés y el coronel Díaz.

Al ingresar, era la una media de la madrugada del 6 de diciembre, al verlos, la muchedumbre intensificó sus gritos.

La columna se formó en línea, los tambores tocaron bando por más de cinco minutos, luego el capitán Julio Garavito leyó el Decreto Ejecutivo de declaratoria de Estado de Sitio y luego el decreto número uno de la Jefatura civil y militar; a renglón seguido, advirtió a los amotinados que debían retirarse a sus hogares antes de tener que proceder por la fuerza. Se dio orden para un toque de atención con la corneta.


Capitán Julio Garavito: “tienen cinco minutos para retirarse”.

Los manifestantes respondieron con nuevos gritos e insultos a los oficiales; pasados los cinco minutos se dio un toque corto. La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que anuncio el principio del plazo. Nadie se movió.

Capitán Julio Garavito: “Han pasado cinco minutos. Un minuto más y se hará fuego.”

Al minuto otro nuevo toque; nadie se movió de su puesto. Se hizo un nuevo toque, pero el tumulto hacía mofa de las prevenciones.

General Carlos Cortés Vargas: “en el transcurso de este último minuto gritamos nosotros mismos: señores, retírense, se va hacer fuego”.

Gritó una voz entre el tumulto “Le regalamos el minuto que falta”.

Se había cumplido el código penal. El tiempo apremia, los 3.000 hombres armados que marchan sobre la población, están a minutos de llegar. El último toque rasga los aires, la multitud parecía clavada en el suelo.

General Carlos Cortés Vargas: “Fuego”, gritamos.

Una voz dentro de la multitud grito al mismo tiempo: “¡tenderse!”

Los militares disparan. Una sola ráfaga. La multitud se derrumba como un solo hombre. Todos se tiran al suelo.

General Carlos Cortés Vargas: “¡Alto al fuego!” Disciplinada la tropa obedece.

Los huelguistas escapan a toda prisa dejando el suelo alfombrado de machetes, sombreros y atuendos. En la plaza yacen los cuerpos de 20 personas. Todos son hombres. De ellos nueve ya están muertos. Dos heridos fallecen en el hospital horas después. Los nueve restantes son dados de alta en días posteriores.

En desbandada y aterrorizada, la muchedumbre de la estación en Ciénaga tropieza con la muchedumbre que marchaba sobre Ciénaga. Pero nadie osa frenar la multitud ni organizar un contraataque. Ya sobre la fuga, Mahecha ordena atacar a machete a los administradores de la UFC. La consigna es golpear a todos los que tengan polainas, pues las polainas eran el símbolo de pertenecer a la clase de propietarios y contramaestres. Viendo caer las primeras víctimas, los empleados de la firma huyen por los riachuelos y por la Ciénaga Grande. Unas escaramuzas se siguen aquí y allá entre huelguistas y militares pero la insurrección está ya vencida.

General Cortés Vargas “Diez minutos de retraso y habría habido cientos de víctimas inocentes”. “Un combate en las calles de Ciénaga habría sido algo espantoso, nuestros proyectiles habrían atravesado las delgadas paredes de bahareque o tabla y habrían ido a buscar mujeres y niños inermes”.

El resultado fue el Decreto No. 4 declarando "cuadrilla de malhechores a los revoltosos, incendiarios y asesinos de la Zona Bananera", con la orden de perseguir y aprisionar a los dirigentes, cabecillas, azuzadores, cómplices, auxiliadores y encubridores para juzgarlos, a la vez que autorizaba usar las armas contra delincuentes "in fraganti".

En Aracataca hubo dos heridos y en Candelita hubo dos muertos. Los incendios y saqueos azotaron Riofrio, Latal, Guajira, Orihueca, Florida, Ecuador, Gabriela, Motagua, Casca y Miami.

Los dirigentes huyen. A Coronel, ya muerto, se le unen Guerrero, así como Bernardo Castrillón. Luego de la huelga, el ejército le destruye a Mahecha su imprenta volante y demás muebles; el líder fue sindicado como reo de alta traición y al ser perseguido por las autoridades tuvo que huir por Aracataca, Fundación, Pivijay, Giraldo y Cartagena, de donde partió clandestinamente a Panamá. De allí pasó a Venezuela, viajó luego a México y en octubre con la autorización directa de José Stalin, se desplazó a Moscú, donde vivió hasta fines de 1930, cuando decidió regresar a Colombia.

En la indagatoria que hizo Alberto Castrillón el día seis de enero de 1929, confesó haber sido la persona que convenció a los huelguistas que el Ejército no dispararía sobre ellos.

Acta del Levantamiento de los Cadáveres

En Ciénaga, a seis de diciembre de mil novecientos veintiocho, siendo las seis de la mañana, el señor Jefe Civil y Militar del Distrito en asocio del señor Personero Municipal, de peritos nombrados y juramentados al efecto, señores doctores Anselmo Martínez R. y Manuel del Castillo –facultativos- y del suscrito Secretario, se trasladó a la Estación del ferrocarril en esta ciudad con el objeto de practicar el examen de unos cadáveres que fueron encontrados. Acto seguido los peritos expusieron: entre las primeras de las paralelas principal y el ramal que inmediatamente sigue, se encontraron ocho individuos que fueron reconocidos muertos. Los cuatro primeros yacían decúbito dorsal, con los brazos extendidos y las piernas en abducción. Todos ellos presentaban más de dos heridas mortales por proyectil y eran los señores: Adán Castro, Dámaso Bermejo, Carlos Mendoza y un embolador a quien nombraban “Matraca”. Luego seguían tres en decúbito abdominal con los brazos extendidos hacia adelante. Uno de ellos, desconocido, presentaba una herida en la región occipital, los otros dos, como los primeros, en la región torácica, y eran los señores Gregorio Varela y Felipe Galán. El octavo estaba igualmente en decúbito dorsal con heridas en la región torácica y las piernas, -desconocido. En la tercera paralela había vagones y en uno de ellos, en frente de los muertos, se encontró otro cadáver que fue herido en la base del sacro, probablemente en el momento de treparse al carro, quedando instantáneamente muerto, también desconocido. Del otro lado del mismo carro y en el suelo, se hallaba un hombre herido en la parte posterior superior de la nalga derecha con orificio de salida en la pared abdominal, sin interesar ninguna víscera. Este individuo dijo llamarse Nicolás Noriega. Dos pasos más adelante había otro herido nombrado Copérnico y hacia el oeste de la estación, contra unas mesas en que se venden refrescos, se recogió otro herido que dijo nombrarse José Martín Campo. Los heridos fueron trasladados al hospital inmediatamente y puestos bajo la vigilancia de los médicos de allí. A las ocho de la mañana se dio por terminado el acto. En constancia se extiende esta diligencia que se firma como aparece.


El Jefe Civil y Militar del Distrito, Capitán Aurelio Linero C.

El Personero Municipal, Gilberto Valdés C.

Los peritos: M.J. del Castillo, Anselmo Martínez R.
El Secretario, Miguel González Hidalgo

De los heridos, murieron en el hospital de Ciénaga, Octavio Sobrino y José Campo; los demás salieron curados y fueron: Salvador Bornacely, Marcelino Rodríguez, Carlos Cárdenas, Bienvenido Miramón, José Padilla, José Dolores Gómez, Jerónimo Churrio, José del C. Pachecho, Nicolás Noriega, José Gutiérrez, Santiago Lobo y Copérnico.

Otros heridos no fueron hospitalizados por tener sus familias y fueron Esteban López, José Cabana, N.N., alias Marayero, (peluquero), Antonio Bajo, Saúl Barros, Felipe Carpintero, y N. Avendaño; de estos últimos no murió ninguno.

El señor José Concepción González D. murió en su casa de habitación y en su lecho de enfermo, por una bala pérdida disparada, por un soldado atacado por un desconocido.

La Leyenda

El total de muertos fueron doce (nueve en la estación) y veinte heridos. Se ha escrito que ultimaron a bayoneta o cuchillo a los heridos; que cientos de muertos fueron enterrados en fosas comunes cavadas con antelación; que mil cadáveres se arrojaron al mar por medio de un buque; que en una casa cercana a la estación del ferrocarril sepultaron a doscientos más; que un ferrocarril llevó mil cuerpos hacia el mar; que el ejército había hecho los destrozos; que habían más de 3000 muertos.

Todos estos rumores y chismes generaron la leyenda de la masacre y no cualquier mascare. Esta debía ser apocalíptica con el fin de cumplir una misión política. El liberalismo en particular fue el responsable de estos rumores ya que buscaba acusar al odiado régimen conservador y lograr la caída y final de la Hegemonía Conservadora. El hecho había que magnificarlo para generar una masacre espantosa que desprestigiara aún más, (si eso era posible), el gobierno del mediocre Abadía Méndez.
                                                                                                                     
Con los hechos del seis de diciembre terminó la huelga. El General Cortés pese a todo lo que se ha dicho y de todo lo que se le acusado, logró sofocar una gran amenaza violenta en la zona bananera.

El parte oficial de Cortés ante el senado fue de 9 muertos en Ciénaga, cifra que hasta hoy se debate. En su defensa arguyó su deber de preservar la autoridad en situación de alteración del orden público y su firme conocimiento de la presencia de buques estadounidenses en aguas colombianas cuya intención era desembarcar tropas con el fin de defender los intereses de la United Fruit Company, lo cual fue confirmado por el mismo Embajador Jeffrey Caffrey quien además aclaró, que la presencia de los buques no era para desembarcar tropas, sino con el fin de evacuar ciudadanos estadounidenses, si la evacuación fuera necesaria.

Ningún jefe de la insurrección será capturado. Cincuenta y cuatro personas serán juzgadas en los consejos de guerra que siguen. Veintidós serán absueltas y 31 condenadas de las cuales 9 a penas de prisión superiores a los 10 años.

La prensa liberal, ante la imposibilidad de dar cifras exactas sobre los muertos, pues las informaciones eran muy confusas, sí aclaró que las tropas habían abierto fuego sobre trabajadores, mujeres y niños inermes, desarmados y pacíficos (otra falsedad, por la hora, 1:30am, no había mujeres ni niños en la estación).

El liberalismo cuyos nuevos representantes se consideraban los adalides de trabajador, toman el asunto en sus manos y se nombra a un joven representante desconocido hasta entonces para que efectúe la más exhaustiva investigación. El joven, llamado Jorge Eliécer Gaitán Ayala recorre la zona bananera y cargado con una investigación impresionante, abre un debate en el parlamento el 2, 3, 4, 5 y 6 de septiembre de 1929, época preelectoral, donde demuestra tamaño injusticia cometida por el estado al ordenar acribillar a por lo menos trescientas personas (se desconocen las fuentes de Gaitán para esta afirmación y nunca las quiso o pudo dar); cómo los tentáculos corruptos de la United Fruit Company manejaban a su antojo todo el departamento del Magdalena; que los trabajadores no habían cometido ningún delito; y que los destrozos los había hecho el ejército (esta última afirmación no merece comentario).


100 Años de Soledad recordó a los colombianos de la masacre de las bananeras y en su obra Gabo afirma de 3.000 muertos. ¿De dónde sacó García Márquez esa cifra? El historiador y columnista Eduardo Posada Carbó, en su libro El Desafío de las Ideas, retoma un documental de la televisión británica en 1990, donde el Nobel colombiano reconocería al periodista Julio Roca, que sólo un pequeño número de personas -tres, cinco o diecisiete- habrían muerto durante la huelga.

Cifras significativamente distantes de los tres mil muertos que aparecen en su novela, la cifra aceptada como verdad histórica en Colombia”, afirma Posada Carbó.

Que sea el propio García Márquez quien diga de dónde sacó la cifra:

Gabriel García Márquez: "Las bananeras es tal vez el recuerdo más antiguo que tengo... Fue una leyenda, llegó a ser tan legendario que cuando escribí Cien Años de Soledad pedí que me hicieran investigaciones de cómo fue todo y con el verdadero número de muertos, porque se hablaba de una masacre, de una masacre apocalíptica. No quedó muy claro nada, pero el número de muertos debió ser bastante reducido... y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal como en Cien Años de Soledad... donde quería llenar un ferrocarril completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica... decir que todo aquello sucedió para tres o siete, o diecisiete muertos... no alcanzaba a llenar... ni un vagón. Entonces decidí que fueran tres mil los muertos porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo...". Gabo escribió: Mi recuerdo falso fue tan persistente que en una de mis novelas referí la matanza con la precisión y el horror con que creí haberla visto en Aracataca. Fue así como la cifra de muertos la aumenté a tres mil en vez de siete, para mantener las proporciones épicas del drama.

El General Carlos Cortés Vargas fue relevado el 15 de marzo de 1929 y nombrado Director General de la Policía. Escribió un libro dando cuenta de los hechos del cual fue responsable en la zona bananera y el cual fue publicado ese mismo año.



Extracto del sr. Mariano Ospina Peña
file:///C:/Users/usuario/Downloads/Masacre-de-las-Bananeras1.pdf 

1 comentario:

  1. La historia en general ha sido escrita a base de verdades a medias y mentiras monumentales. No creo que sea tan cierto la cifra de siete muertos para la magnitud de la conmoción social que la huelga bananera de esos tiempos haya aparejado. Las cifras reales seguro no la conoceremos. Estoy seguro que pasaron del centenar. En Ecuador paso algo parecido con los zafreros de Naranjal. Nunca nos dijeron los muertos totales que hubieron en esa masacre. El gobierno trato de minimizar el número de caídos en esa refriega policial. Todavía a mas de 20 años de esa masacre se cuentan historias de horror.

    ResponderBorrar

Gracias por participar en esta página.