Parar el mundo no parecía fácil, pero ha
ocurrido. Hoy la mitad de la humanidad está en cuarentena completa y la
economía detenida, mientras buena parte de la industria se adapta a toda
velocidad a los requerimientos de guerra a la pandemia para fabricar todo lo
necesario.
Compañeros trabajadores y trabajadoras
están manteniendo activos el Estado, la economía, la agricultura, el comercio y
los bancos y claro, el sistema de salud y cuidados. Después de años de adorar
las burbujas especulativas, petroleras o inmobiliarias, redescubrimos que al
mundo lo mueve es el trabajo.
Y qué sería de tantos miles de
trabajadores y trabajadoras en peligro de quedar cesantes o con sus contratos
suspendidos sin los sindicatos, hoy movilizados por todo el mundo para
proponer, defender, movilizar, exigir políticas que protejan la vida y la
salud, que defiendan los ingresos y los empleos de cientos de millones globalmente
y en Colombia.
El capitalismo, como los VIRUS, muta en
un segundo, se reinventa. Ya aboga por más flexibilización laboral para generar
más plusvalía. Pero aquí están los sindicatos, como la mayor organización
social e históricamente contra hegemónica, para equilibrar las cargas y darle
más poder a la clase trabajadora.
La primera batalla es cuidar lo público
y extender su capacidad. Esta pandemia ha demostrado la vulnerabilidad del
capitalismo, hoy todos los arrogantes empresarios piden intervención del Estado
para protegerse. No eran tan fuertes como nos decían. El modelo neoliberal
colapsa.
No podemos descuidarnos de las amenazas
de privatización de lo poco público que nos queda (que es de todos). Es urgente
que el sistema de salud sea público y un derecho humano, no una mercancía. No
es la mercantilización del derecho, lo que nos salvará de la pandemia, son los
sistemas públicos, la intervención del Estado.
La segunda batalla es por una renta
básica universal. Se estima que cerca del 81 % de la población trabajadora
mundial, 2.700 millones de personas, verán afectado su trabajo en 2020,
despedidos, con menos horas, con salarios reducidos o precarizados.
De otro lado el principio neoliberal de
focalización de los subsidios públicos a los más vulnerables ha perdido
vigencia, hoy queda claro que todos somos vulnerables. Por eso cobra vigencia
la idea de un ingreso para las personas, sin condiciones, lo que llamamos en
Colombia, un “mínimo vital”. Esto sin perjuicio de todas las medidas que se
deben reclamar al Estado en materia de alivios económicos, de protección al
empleo y de asistencia a los más vulnerables.
La tercera batalla es la defensa del
derecho humano al trabajo decente y digno. El abuso de muchos empresarios, el
verticalismo en las relaciones laborales y la falta de solidaridad ha sido la
regla general, agudizada por estos días. En el sindicalismo a todos los niveles
estamos concentrados en buscar acuerdos, en presentar acciones administrativas
y judiciales y movilizarnos frente a la “masacre
laboral” que se está produciendo.
El Ministerio de Trabajo ha mostrado toda su debilidad para
proteger a los trabajadores del sector privado, su papel parece ser aconsejar y
rogar generosidad empresarial. Ahí, debemos destacar
la aparición el observatorio laboral de la CUT y la CTC. Un buen escenario
donde se analizan algunas variables del comportamiento laboral en estos días de
pandemia y se sugieren acciones a las organizaciones sindicales.
Admirable la lucha que libran los
compañeros y compañeras de la salud. Explotados, tercerizados, sin ingresos
decentes y sin estabilidad laboral.
Y la última batalla, no menos
importante, es la organizativa. La cura
es la organización. Seamos creativos, virtualicemos las posibilidades de
afiliarse, reinventemos las formas de trabajar, de reunir nuestras juntas y
asambleas, de seguir la formación política y sindical.
Pero ojo, el teletrabajo no son
vacaciones, ni turnos de 24 horas, 7 días a la semana. Hay que prestarle
atención al riesgo psicosocial que está produciendo el encierro, a las enfermedades laborales
derivadas de esta modalidad y acompañemos a nuestros
afiliados y afiliadas. Que la crisis nos sirva para afiliar, para demostrar a los
trabajadores que necesitan estar sindicalizados.
En estas circunstancias, la vida sindical continúa, hay que seguir negociando
colectivamente. Es un llamado a ponernos al día y a la resiliencia.
El sindicalismo no se detiene. Somos
nosotros, como lo hicimos en las dos guerras mundiales, los que podemos
proponerles a los ciudadanos una nueva sociedad, una profundización del estado
social de derecho. Un estado social que pasé de la fórmula constitucional a la
realidad. La crisis pasará.
Seremos fundamentales para el
restablecimiento del país. No podemos dejarnos llevar por la desesperanza,
mucho menos por el confort. Seguimos adelante.
Extracto de Edwin Palma Egea
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