sábado, 16 de septiembre de 2017

Tributo a una Heroína

EL TRIBUTO A UNA HEROÍNA

El 12 de febrero de 1920 pudo amanecer lluvioso o con sol canicular, nadie lo recuerda y a nadie le importa. Betsabé Espinal si supo cómo estaba el clima, pero tampoco le importaba demasiado. Tenía una idea fija: iría a la empresa textil donde laboraba como hiladora, pero esta vez no a trabajar, sino a declarar la primera huelga de mujeres en la historia de Colombia.

En el hoy municipio de Bello, al norte del Valle de Aburra, se asentaba la Compañía Antioqueña de Tejidos, mejor conocida como la Fábrica de Tejidos de Bello, que fundada en 1904 fue la primera industria moderna en Antioquia; su maquinaria fue traída por el ingeniero Pedro Nel Ospina desde Inglaterra y el montaje lo hizo personal inglés, según planos de la compañía Dobson y Barlow; la empresa era subsidiaria de Tejidos Medellín, y ambas eran típicas representantes de la naciente industrialización colombiana que surgía a la par en Barranquilla y Bogotá, y cuya punta de lanza estaba en Medellín. Don Emilio Restrepo, gerente y accionista, era un hombre adinerado de la Medellín de principios del siglo XX, cumplidor de sus deberes religiosos y familiares, emprendedor paisa que incursionaba en distintos negocios.

Betsabé Espinal, en cambio, era una mujer humilde, delgada, de 24 años, soltera, sabía leer y escribir, católica, apostólica y romana, cuidaba a su madre Celsa Espinal, y como todas las mujeres de esa época, se enfrentaba desde su tradición cultural campesina con la nueva era de la industrialización y el trabajo asalariado, prestado en raros edificios que rompían con el paisaje pastoril de un Bello al cual había que llegar en tren.

Betsabé, Don Emilio y Tejidos de Bello, no pasarían de ser simples nombres en la historia local, si no fuera porque protagonizaron una gesta por la dignidad emprendida por 400 mujeres que por primera vez en Colombia se declararon en huelga durante 21 días, exigiendo respeto, igualdad y reconocimiento a su condición de mujeres trabajadoras. Las peticiones fueron simples pero contundentes: igualación de salarios de las mujeres con los de los trabajadores hombres, poder ir a la empresa con calzado, un mayor tiempo para ingerir los alimentos y el despido de varios supervisores que las acosaban.

La huelga

La amenaza de huelga había surgido dos semanas antes, pero el intento fracasó debido a que la empresa contaba con reemplazos para la mano de obra. Pero el 12 de febrero, Betsabé lideró la protesta al frente de 400 compañeras, y aunque en la empresa laboraban 120 hombres, estos no hacían parte del movimiento e intentaron entrar a la planta, situación impedida por las mujeres; solo un día después, luego de que Betsabé en sus arengas los calificara de cobardes y los convenciera de la justeza de las reclamaciones, se unieron a la huelga, aunque ninguna petición los incluía a ellos. Por razones absurdas, Tejidos de Bello no permitía que sus obreras asistieran con calzado a la planta: la justificación que daba Don Emilio, era que permitir que algunas fueran con calzado, rompería esa uniformidad visual del grupo; otras versiones cuentan que la medida era para que los zapatos de puntilla no dañaran el piso. Trabajar descalzas, producía en las mujeres dolores abdominales fuertes durante sus períodos menstruales, sin que valiera tomar el laxativo Bromo Quinina pastillas, que los periódicos anunciaran con la garantía que los boticarios devolverían el dinero si no producía la cura. Pero además, en una época de trajes largos y brazos cubiertos, los pies desnudos despertaban en algunos supervisores instintos fetichistas que los llevaban a acosar a las mujeres acariciándoles los pies, y a proseguir con otras demandas que al no ser atendidas terminaban en persecuciones y multas que copaban a veces la totalidad del salario, y por eso ahí radicaba otra petición: despedir al “negro Acacio” y a Manuel de Jesús Velázquez, proclamado tenorio criollo, a Jesús Monsalve “Taguíca” y a Teódulo Velázquez.

Colombia es un país desmemoriado, y más que todo con las luchas sindicales, de las mujeres, y de los temas sociales, situación que se agudiza por el esfuerzo de grupos de poder por hacer invisibles sus logros. Colombia vive su memoria y desmemoria por conveniencias. Por eso, la historia de Betsabé y sus 400 compañeras se borró del recuerdo colectivo: “La huelga la empezaron Trina Tamayo, Adelina González, Carmen Agudelo y Teresa Piedrahíta y las seguimos todas”, señaló a El Espectador una de las huelguistas; lo más interesante era que la empresa no tenía sindicato y llamaron a su movimiento “huelga”, cuando en Colombia hasta esa época nunca se había usado ese término, que tenía una connotación más cercana a las minas francesas y que Zola inmortalizó en Germinal. Además, la huelga de Betsabé y compañeras fue un hito, al adelantarse por décadas al accionar de los sindicatos modernos: se hizo una huelga, se presentó un pliego de peticiones, se negoció y se logró un acuerdo laboral, temas sólo reglamentados en 1935.



“Señoritas” en rebeldía


Quizá la mayor connotación histórica del movimiento estuvo en que ellas enfrentaron no solo a Don Emilio y sus políticas de pagar a las mujeres 1,50 pesos a la semana mientras los hombres devengaban 3,50 por la misma jornada, y encararon a una sociedad que no daba a la mujer mayor trascendencia social. Un contrato laboral de 1923 para maestras decía: “La señorita acuerda: no casarse, no andar en compañía de hombres, estar en su casa entre las 8 de la tarde y las 6 de la mañana, no pasearse por heladerías, no fumar cigarrillos, no beber cerveza, vino, ni whisky, no viajar en coche o automóvil con ningún hombre excepto su hermano o padre, no vestir ropa de colores brillantes, no teñir el pelo, usar al menos dos enaguas, no usar vestidos que le queden más de 5 centímetros por encima de los tobillos…”.

Más en aparente contradicción ante tantas prohibiciones, la mayor parte de la mano de obra de la nueva industria estaba conformada por mujeres y niños; la razón: eran mano de obra barata, sumisa y fuertemente adoctrinada por los patronatos (1) de la iglesia católica. Además, los hombres eran asimilados con la clase de los artesanos, que cargaban la fama de alcohólicos, inmorales y con vidas disipadas, situación que los patriarcas antioqueños rechazaban desde sus imaginarios religiosos, que los llevaba a asumir el papel de empresarios como el de padres de inmensas familias.

En 1920 las mujeres -que no tenían derecho al voto-, eran la mayor proporción de mano de obra fabril; en las industrias textiles del Valle de Aburrá representaban el 79%, preponderancia que empezó a disminuir luego de la huelga de Betsabé (¿represalia?) y es así como en 1923 eran el 75%, en 1926 el 62%, y en 1932 llegan al 56%, para terminar convirtiéndose en minoría durante la modernización industrial de la década de los 50’s, cuando los empresarios deciden contratar hombres con el fin de que no solo operen las máquinas, sino que se encarguen de su mantenimiento en casos de averías, ahorrándose el pago de mecánicos. La misma semana de la huelga en Bello, en Barranquilla empezaron 3 huelgas: paileros, carpinteros y braceros exigían aumento de salarios.

La huelga de las señoritas de Bello estuvo despojada de inspiraciones marxistas: estas mujeres eran católicas practicantes y temerosas de Dios, pertenecían al Patronato obrero dirigido por la iglesia y vivían bajo la mirada de la Policía de Fábricas, organismo de control creado en 1918 solo en Medellín, para vigilar el cumplimiento de la moral dentro de las fábricas; de ahí que se pueda afirmar que fue el instinto y la necesidad de reivindicar la dignidad, lo que las movió. Lanzaron un grito de rebeldía, y contrario a lo que se podría esperar, alcanzaron su objetivo.

Apoyo ciudadano, triunfo y olvido

La huelga tuvo sus devenires. Desde el primer día, la planta fue militarizada; el reportero de El Espectador señalaba la paradoja de encontrar hombres con fusiles, cuidando a mujeres que cantaban y declamaban a la sombra de los árboles; don Emilio no creyó al principio que fueran las mujeres las líderes del movimiento y declaró a la prensa que el instigador era Francisco Charpiot, tintorero de la fábrica, quien fue despedido el 13 de febrero; días después, don Emilio amenazó a las trabajadoras con imponerles una multa por las molestias ocasionadas; luego envió con el arzobispo de Medellín, Manuel José Cayzedo, una propuesta de perdonarlas si levantaban el movimiento: el arzobispo y la propuesta fueron rechazados; Manuel de Jesús Velázquez -el tenorio- fue despedido, y los demás supervisores renunciaron; se hicieron reuniones con el gobernador de Antioquia, Pedro Nel Ospina, el mismo que trajo la maquinaria para la empresa, que era socio de la compañía y que ordenó la militarización. El 21 de febrero se conformó un Comité de Solidaridad para recaudar fondos para las huelguistas, un día después habían recogido $174.50 pesos: el apoyo de la ciudadanía fue apabullante; ciudadanos respetables como Jesús Cock donó $5 pesos, en Santa Rosa de Osos se hacen colectas, Melitón Rodríguez -connotado fotógrafo de la época- aportó $2 pesos, una colecta en Amaga recaudó $7.70 pesos; y al final de la huelga, se habían recogido $545.15 pesos.

El 7 de marzo se firma un acta de compromisos luego de lograr un acuerdo que acepta la totalidad de exigencias, y el 8 de marzo -anticipándose a lo que después sería el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y dándole un significado nacional a la celebración que aún no es reconocido-, Betsabé Espinal y las huelguistas viajaron a Medellín en el tren de las 9:30 a.m., se desmontaron en la Estación Villa y marcharon hasta el Parque de Berrío para agradecer a los habitantes de Medellín. Ese día Betsabé tocó la gloria, al recibir una corona de laurel rematada con un lazo rojo. Después, sólo el olvido.

Una extraña cláusula en los acuerdos firmados obligaba a que las trabajadoras NUNCA MÁS protestarían, y que sus inquietudes se tramitarían a través de conductos. No se les aplicaron multas por la huelga, costumbre que en Tejidos de Bello llegaba al extremo de imponerlas a muertos por haber faltado a trabajar mientras agonizaban; Betsabé y sus 400 compañeras reivindicaron el respeto a la mujer, la huelga impactó toda una sociedad que se enfrentaba a una ruptura de paradigmas con la aparición de esa cosa nueva que era la industrialización. Y don Emilio Restrepo continuó siendo un empresario exitoso.

La Fábrica fue absorbida en 1939 por Fabricato, el Patronato funcionó hasta finales de los años 90’s. Por su parte, Betsabé, que perteneció a la primera generación de obreras en el país, fue olvidada. El mito cuenta que se suicidó ahorcada con sus cabellos en medio de una depresión por la muerte de su madre, una versión de prensa en el diario La Defensa del 16 de noviembre de 1932 cuenta que murió electrocutada por los cables del tranvía. Pero ahorcada en sus cabellos o electrocutada por la modernidad del tranvía, no se debe olvidar a Betsabé, que fue capaz de gritar a principios del siglo XX en contra del sistema.



Nota: (1) El patronato era manejado por la iglesia católica: allí se daba hospedaje, alimentos y educación a mujeres y niñas del campo, para que pudieran ingresar a trabajar en las industrias. Funcionaban la mayoría de veces en las instalaciones de las fábricas y complementaban su labor con catequesis y doctrina católica sobre las funciones de sumisión de la mujer y de los obreros.

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