EL TRIBUTO
A UNA HEROÍNA
El 12 de febrero de 1920 pudo amanecer lluvioso o con sol
canicular, nadie lo recuerda y a nadie le importa. Betsabé Espinal si supo cómo
estaba el clima, pero tampoco le importaba demasiado. Tenía una idea fija: iría
a la empresa textil donde laboraba como hiladora, pero esta vez no a trabajar,
sino a declarar la primera huelga de mujeres en la historia de Colombia.
En el hoy municipio de Bello, al norte del Valle de Aburra,
se asentaba la Compañía Antioqueña de Tejidos, mejor conocida como la Fábrica
de Tejidos de Bello, que fundada en 1904 fue la primera industria moderna en
Antioquia; su maquinaria fue traída por el ingeniero
Pedro Nel Ospina desde Inglaterra y el montaje lo hizo personal inglés,
según planos de la compañía Dobson y Barlow; la empresa era subsidiaria de
Tejidos Medellín, y ambas eran típicas representantes de la naciente
industrialización colombiana que surgía a la par en Barranquilla y Bogotá, y
cuya punta de lanza estaba en Medellín. Don Emilio Restrepo, gerente y
accionista, era un hombre adinerado de la Medellín de principios del siglo XX,
cumplidor de sus deberes religiosos y familiares, emprendedor paisa que
incursionaba en distintos negocios.
Betsabé Espinal, en cambio, era una mujer humilde, delgada,
de 24 años, soltera, sabía leer y escribir, católica, apostólica y romana,
cuidaba a su madre Celsa Espinal, y como todas las mujeres de esa época, se
enfrentaba desde su tradición cultural campesina con la nueva era de la
industrialización y el trabajo asalariado, prestado en raros edificios que
rompían con el paisaje pastoril de un Bello al cual había que llegar en tren.
Betsabé, Don Emilio y Tejidos de Bello, no pasarían de ser
simples nombres en la historia local, si no fuera porque protagonizaron una
gesta por la dignidad emprendida por 400 mujeres que por primera vez en
Colombia se declararon en huelga durante 21 días, exigiendo respeto, igualdad y
reconocimiento a su condición de mujeres trabajadoras. Las peticiones fueron
simples pero contundentes: igualación de salarios de las mujeres con los de los
trabajadores hombres, poder ir a la empresa con calzado, un mayor tiempo para
ingerir los alimentos y el despido de varios supervisores que las acosaban.
La huelga
La amenaza de huelga había surgido dos semanas antes, pero
el intento fracasó debido a que la empresa contaba con reemplazos para la mano
de obra. Pero el 12 de febrero, Betsabé lideró la protesta al frente de 400
compañeras, y aunque en la empresa laboraban 120 hombres, estos no hacían parte
del movimiento e intentaron entrar a la planta, situación impedida por las
mujeres; solo un día después, luego de que Betsabé en sus arengas los
calificara de cobardes y los convenciera de la justeza de las reclamaciones, se
unieron a la huelga, aunque ninguna petición los incluía a ellos. Por razones
absurdas, Tejidos de Bello no permitía que sus obreras asistieran con calzado a
la planta: la justificación que daba Don Emilio, era que permitir que algunas
fueran con calzado, rompería esa uniformidad visual del grupo; otras versiones
cuentan que la medida era para que los zapatos de puntilla no dañaran el piso.
Trabajar descalzas, producía en las mujeres dolores abdominales fuertes durante
sus períodos menstruales, sin que valiera tomar el laxativo Bromo Quinina
pastillas, que los periódicos anunciaran con la garantía que los boticarios
devolverían el dinero si no producía la cura. Pero además, en una época de
trajes largos y brazos cubiertos, los pies desnudos despertaban en algunos
supervisores instintos fetichistas que los llevaban a acosar a las mujeres
acariciándoles los pies, y a proseguir con otras demandas que al no ser
atendidas terminaban en persecuciones y multas que copaban a veces la totalidad
del salario, y por eso ahí radicaba otra petición: despedir al “negro Acacio” y
a Manuel de Jesús Velázquez, proclamado tenorio criollo, a Jesús Monsalve
“Taguíca” y a Teódulo Velázquez.
Colombia es un país desmemoriado, y más que todo con las
luchas sindicales, de las mujeres, y de los temas sociales, situación que se
agudiza por el esfuerzo de grupos de poder por hacer invisibles sus logros.
Colombia vive su memoria y desmemoria por conveniencias. Por eso, la historia
de Betsabé y sus 400 compañeras se borró del recuerdo colectivo: “La huelga la
empezaron Trina Tamayo, Adelina González, Carmen Agudelo y Teresa Piedrahíta y
las seguimos todas”, señaló a El Espectador una de las huelguistas; lo más
interesante era que la empresa no tenía sindicato y llamaron a su movimiento
“huelga”, cuando en Colombia hasta esa época nunca se había usado ese término,
que tenía una connotación más cercana a las minas francesas y que Zola
inmortalizó en Germinal. Además, la huelga de Betsabé y compañeras fue un hito,
al adelantarse por décadas al accionar de los sindicatos modernos: se hizo una
huelga, se presentó un pliego de peticiones, se negoció y se logró un acuerdo
laboral, temas sólo reglamentados en 1935.
“Señoritas” en rebeldía
Quizá la mayor connotación histórica del movimiento estuvo
en que ellas enfrentaron no solo a Don Emilio y sus políticas de pagar a las
mujeres 1,50 pesos a la semana mientras los hombres devengaban 3,50 por la
misma jornada, y encararon a una sociedad que no daba a la mujer mayor
trascendencia social. Un contrato laboral de 1923 para maestras decía: “La
señorita acuerda: no casarse, no andar en compañía de hombres, estar en su casa
entre las 8 de la tarde y las 6 de la mañana, no pasearse por heladerías, no
fumar cigarrillos, no beber cerveza, vino, ni whisky, no viajar en coche o
automóvil con ningún hombre excepto su hermano o padre, no vestir ropa de
colores brillantes, no teñir el pelo, usar al menos dos enaguas, no usar
vestidos que le queden más de 5 centímetros por encima de los tobillos…”.
Más en aparente contradicción ante tantas prohibiciones, la
mayor parte de la mano de obra de la nueva industria estaba conformada por
mujeres y niños; la razón: eran mano de obra barata, sumisa y fuertemente
adoctrinada por los patronatos (1) de la iglesia católica. Además, los hombres
eran asimilados con la clase de los artesanos, que cargaban la fama de
alcohólicos, inmorales y con vidas disipadas, situación que los patriarcas
antioqueños rechazaban desde sus imaginarios religiosos, que los llevaba a
asumir el papel de empresarios como el de padres de inmensas familias.
En 1920 las mujeres -que no tenían derecho al voto-, eran la
mayor proporción de mano de obra fabril; en las industrias textiles del Valle
de Aburrá representaban el 79%, preponderancia que empezó a disminuir luego de
la huelga de Betsabé (¿represalia?) y es así como en 1923 eran el 75%, en 1926
el 62%, y en 1932 llegan al 56%, para terminar convirtiéndose en minoría
durante la modernización industrial de la década de los 50’s, cuando los
empresarios deciden contratar hombres con el fin de que no solo operen las
máquinas, sino que se encarguen de su mantenimiento en casos de averías,
ahorrándose el pago de mecánicos. La misma semana de la huelga en Bello, en
Barranquilla empezaron 3 huelgas: paileros, carpinteros y braceros exigían
aumento de salarios.
La huelga de las señoritas de Bello estuvo despojada de
inspiraciones marxistas: estas mujeres eran católicas practicantes y temerosas
de Dios, pertenecían al Patronato obrero dirigido por la iglesia y vivían bajo
la mirada de la Policía de Fábricas, organismo de control creado en 1918 solo
en Medellín, para vigilar el cumplimiento de la moral dentro de las fábricas;
de ahí que se pueda afirmar que fue el instinto y la necesidad de reivindicar
la dignidad, lo que las movió. Lanzaron un grito de rebeldía, y contrario a lo
que se podría esperar, alcanzaron su objetivo.
Apoyo ciudadano, triunfo y olvido
La huelga tuvo sus devenires. Desde el primer día, la planta
fue militarizada; el reportero de El Espectador señalaba la paradoja de
encontrar hombres con fusiles, cuidando a mujeres que cantaban y declamaban a
la sombra de los árboles; don Emilio no creyó al principio que fueran las
mujeres las líderes del movimiento y declaró a la prensa que el instigador era
Francisco Charpiot, tintorero de la fábrica, quien fue despedido el 13 de
febrero; días después, don Emilio amenazó a las trabajadoras con imponerles una
multa por las molestias ocasionadas; luego envió con el arzobispo de Medellín,
Manuel José Cayzedo, una propuesta de perdonarlas si levantaban el movimiento:
el arzobispo y la propuesta fueron rechazados; Manuel de Jesús Velázquez -el
tenorio- fue despedido, y los demás supervisores renunciaron; se hicieron
reuniones con el gobernador de Antioquia, Pedro Nel Ospina, el mismo que trajo
la maquinaria para la empresa, que era socio de la compañía y que ordenó la
militarización. El 21 de febrero se conformó un Comité de Solidaridad para
recaudar fondos para las huelguistas, un día después habían recogido $174.50
pesos: el apoyo de la ciudadanía fue apabullante; ciudadanos respetables como
Jesús Cock donó $5 pesos, en Santa Rosa de Osos se hacen colectas, Melitón
Rodríguez -connotado fotógrafo de la época- aportó $2 pesos, una colecta en
Amaga recaudó $7.70 pesos; y al final de la huelga, se habían recogido $545.15
pesos.
El 7 de marzo se firma un acta de compromisos luego de
lograr un acuerdo que acepta la totalidad de exigencias, y el 8 de marzo
-anticipándose a lo que después sería el Día Internacional de la Mujer
Trabajadora, y dándole un significado nacional a la celebración que aún no es
reconocido-, Betsabé Espinal y las huelguistas viajaron a Medellín en el tren
de las 9:30 a.m., se desmontaron en la Estación Villa y marcharon hasta el
Parque de Berrío para agradecer a los habitantes de Medellín. Ese día Betsabé
tocó la gloria, al recibir una corona de laurel rematada con un lazo rojo.
Después, sólo el olvido.
Una extraña cláusula en los acuerdos firmados obligaba a que
las trabajadoras NUNCA MÁS protestarían, y que sus inquietudes se tramitarían a
través de conductos. No se les aplicaron multas por la huelga, costumbre que en
Tejidos de Bello llegaba al extremo de imponerlas a muertos por haber faltado a
trabajar mientras agonizaban; Betsabé y sus 400 compañeras reivindicaron el
respeto a la mujer, la huelga impactó toda una sociedad que se enfrentaba a una
ruptura de paradigmas con la aparición de esa cosa nueva que era la
industrialización. Y don Emilio Restrepo continuó siendo un empresario exitoso.
La Fábrica fue absorbida en 1939 por Fabricato, el Patronato
funcionó hasta finales de los años 90’s. Por su parte, Betsabé, que perteneció
a la primera generación de obreras en el país, fue olvidada. El mito cuenta que
se suicidó ahorcada con sus cabellos en medio de una depresión por la muerte de
su madre, una versión de prensa en el diario La Defensa del 16 de noviembre de
1932 cuenta que murió electrocutada por los cables del tranvía. Pero ahorcada
en sus cabellos o electrocutada por la modernidad del tranvía, no se debe
olvidar a Betsabé, que fue capaz de gritar a principios del siglo XX en contra
del sistema.
Nota: (1) El patronato era manejado por la iglesia católica:
allí se daba hospedaje, alimentos y educación a mujeres y niñas del campo, para
que pudieran ingresar a trabajar en las industrias. Funcionaban la mayoría de
veces en las instalaciones de las fábricas y complementaban su labor con
catequesis y doctrina católica sobre las funciones de sumisión de la mujer y de
los obreros.
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