jueves, 13 de julio de 2017

CLUB EL RANCHO Y EL DRAMA DE LOS TERCERIZADOS






T
rabajar para comer. Trabajar para desarrollarse. Tener que pagar más de la mitad del sueldo en el cuidado de los hijos, o tener que dejarlos solos pero con el corazón desgarrado. Sentirse culpable, mala madre, insuficiente. En tiempos donde pareciera ser que las mujeres han alcanzado la igualdad de derechos, las compañeras que laboran en el aseo del Club Campestre El Rancho, la mayoría, madres cabezas de familia continúan siendo sometidas a malos tratos y discriminaciones.

Dentro de un esquema general de salarios, el bajo valor que le asigna al trabajo en nuestro país se hace aún más patente en el caso de estas mujeres, hermanas de clase nuestra.

El entramado que construye la desigualdad de género en el ámbito del trabajo estaría sustentado a todos los niveles. Partiendo por una serie de distinciones de facto integradas en la ley laboral, siguiendo por una relación desigual entre trabajadora y empleador, agudizada por la propia condición de género, hasta la acción de una serie de mecanismos que operan a nivel simbólico, relacionados con la culpa y el deber ser histórico y patriarcal.
Una relación laboral entre dos sujetos se construye bajo la premisa de la existencia de un vínculo de “dependencia y subordinación”. El factor “dependencia” está relacionado con el reconocimiento que realiza el ordenamiento jurídico de que una de las partes, el trabajador, necesita realizar una determinada actividad para poder subsistir. La “subordinación” implica una relación de asimetría donde el empleador, tiene funciones de dirección y vigilancia respecto al trabajador. Significa una relación de predominio social y económico de uno respecto del otro agente en la relación.

Esta asimetría en el ámbito de las relaciones laborales es mucho más decadente, cuando los dueños de la empresa contratista les incumple con los pagos puntuales de su nómina y peor aún, retrasan el pago de sus prestaciones legales (prima de servicios) entre otros.

Ellas, lloran a solas su amargura y tienen claro que las necesidades apremian necesitan vender su fuerza de trabajo, su potencial humano, para poder sobrevivir.
Las compañeras, valerosas mujeres encargadas del aseo y hacer que el Club se vea siempre bonito se enfrentan a una doble problemática.

¿Por qué tanta ignominia y la empresa complaciente con esta clase de tercerizadores tan indolentes e inhumanos?


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